Entramos en terreno musical para apropiarnos del término jurídico.
No pierden vigencia. No caducan. Permanecen más allá de tiempo y circunstancias. Y lo son no porque cantaran y bailaran y compusieran y fueran chéveres. Son imprescriptibles porque hay un pueblo entero dentro de esas cuerdas vocales y esos pasos y esas letras. Son imprescriptibles porque el pueblo que les alentó y les sigue alentando tiene sabor, sí, pero con mucha historia.
Aunque pareciera, la lista no es muy extensa. No confundir fama con calidad, ni espectáculo con permanencia. Lo que sí es seguro es que en ella está incluido por derecho propio Ismael Rivera, de quien este viernes 13 se han cumplido 35 años de ausencia física.
56 años y siete meses estuvo Ismael Rivera bregando con la vida al compás de la música que siempre le acompañó y que además le sirvió como herramienta de defensa y de orgullo.
La calle Calma tenía como vecina a la calle Tranquilidad. Toda una paradoja cuando lo que se volcaba en las dos veredas era sabor de Bomba y Plena en su más pura expresión.
Desde muchacho Ismael Rivera fue la propia convocatoria en nombre de la música de su pueblo. Y convocaba al lado de otro coloso, Rafael Cortijo. Ese par no iba a dejar en paz a nadie hasta que se reconociera que Puerto Rico tenía con qué, y mucho más.
También convocaba desde los dolores y las esperanzas de Borinquen, asistido por un Tite Curet Alonso, un Bobby Capó, una Margarita Rivera. Periplo de alegrías y dolores fue el suyo, solo que su maravillosa manera de transmitir conjuraba las tristezas, todas.
Fue el primer hijo de Luis y Margarita (Rivera ambos) y su patio natal fue Santurce. Serían las manos de la propia madre las que cerrarían sus ojos, también en Santurce, aquél 13 de mayo de 1987. Hace 35 años exactos.
Sigue viviendo y cantando para todos. Es un imprescriptible.
✍🏽🇻🇪
Lil Rodríguez.