Los clichés del tango (parte II)

¡Cuéntale a los demás!

Tras una primera entrega (puede leerse aquí), continuamos poniendo en negro sobre blanco algunos clichés o lugares comunes que nada tienen que ver con la verdadera historia del Tango.

Se trata de clichés que, bien sea por ignorancia, espurio interés o sencillamente estupidez, a fuerza de repetirlos, generan disparatadas creencias sobre la naturaleza y evolución del principal vector cultural argentino.

Cliché del tango prostibulario

Se repite con insistencia que el tango floreció en las casas de visitas, a la sombra de la prostitución.

No debemos descartar que cantidad de las primeras piezas del género fueron concebidas en ese ambiente, pero hubo otros lugares y otras ocasiones. Es más, resultaría insostenible la afirmación de que los músicos populares rioplatenses sólo trabajaban en casas de tolerancia.

Es cierto que durante las dos últimas décadas del Siglo XIX y aún durante la primera del Siglo XX, la población argentina registraba una mayor proporción de hombres, a resultas de que la corriente inmigratoria registrada en esa época estaba integrada sobre todo por hombres.

Estos hombres venían en busca de nuevos horizontes, dejando atrás –en una Europa asolada por el hambre y las guerras- a novias y esposas, que en muchos casos jamás volverían a ver. Pero tampoco la diferencia entre la población masculina y femenina era tan abrumadora como suelen pintar nuestros historiadores. Veamos:

Cuestión de oferta y demanda


El Censo Nacional de Población 1895 en Argentina arroja una población total de 3.954.911 habitantes, de los cuales 2.088.919 eran varones (52,82%) y 1.865.992 eran mujeres (47,18%), de lo cual se desprende que el número de varones superaba al de las mujeres en un 5,64%.

Aunque es verdad que en Capital Federal esa diferencia ascendía al 15,98%, sigue estando muy lejos del 7 a 1 que algunos “eruditos” nos quieren vender.

Para satisfacer las necesidades sexuales de estos hombres “solteros”, se crearon burdeles, y para trabajar en ellos se “importaron” mujeres francesas, españolas, italianas, polacas o alemanas; pero la demanda resultó superior a la oferta, así que en esos lugares solía suceder que se sumaban hombres esperando ser atendidos.

En esa situación, los patrones de esos burdeles pensaron en divertir a la clientela contratando músicos para amenizar la espera, generalmente tríos formados por guitarra, flauta y violín, incluso con estos instrumentos alternaron arpa, mandolín, armónica y aún clarinete.

Estos primitivos conjuntos ejecutaban la música en boga en ese momento: polcas; mazurcas; habaneras, valses, guajiras y chotis.Con el tiempo la polca devendría en chamamé; la mazurca en ranchera y la guajira en milonga, que posteriormente, con un toque de habanera y tal vez un toque de africanismo (esto es discutible), alumbraron los primeros tangos.

Tampoco podemos excluir la influencia del “género chico” (variante de la zarzuela) y las “varietes” francesas. Luego, durante la segunda década del siglo XX llegaría el “tango romanza”, fuertemente influido por los aires italianos.

En las más altas esferas

A medida que el Tango tuvo más y más aceptación -y esto fue bastante rápido- comenzó a escucharse (y bailarse) no sólo en los “peringundines” sino también en salones como Las Carpas de la Recoleta; el Café Tarana, luego conocido como “lo de Hansen”; El Kiosquito, El Velódromo, el Tambito, la Glorieta, El Pasatiempo y Tancredi. En estos lugares el pueblo porteño pudo hacer gala de su agilidad y elegancia con sus cortes y quebradas.

Teatro Ópera en 1904

Los “niños bien”, por su parte, quisieron imitar a las clases bajas, quizás por algo de esnobismo y espíritu de aventura.

Algunos se atrevieron a visitar los peringundines; otros optaron por establecer sus reuniones en casas donde alternaban los momentos de música con los picantes momentos que les proporcionaban “mujeres de la vida”.

Así tomaron notoriedad lugares como lo de María La Vasca, lo de La Parda Adelina o lo de la Gringa Adela, donde además de bailar, por una suma adicional, se podía pasar a “las habitaciones”. Por supuesto algunas de las primeras letras del tango pintaron estas situaciones con letras intencionadas, pero una golondrina… ¿Hace verano?

Casimiro Aín y su esposa Marta

Avanzada ya la primera década del siglo 20 el Tango, erróneamente, seguía siendo considerado música prohibida, prostibularia, a pesar de que en 1904 el bailarín Casimiro Aín actuó en el Teatro Ópera junto a su esposa Marta.

También de las filas de los famosos de aquel entonces comenzaron a salir grandes bailarines, como Jorge Newbery, Florencio Parravicini, Vicente Madero Álzaga y Ricardo Güiraldes.

Pero también se tocó tango en salones de la Alta Sociedad en época temprana, por ejemplo, el periódico porteño “El País”, el 21 de febrero de 1904, destaca que en la sala del Teatro Ópera, el más importante teatro porteño por aquel entonces, “como en los anteriores bailes, el tango fue la danza preferida por la concurrencia que asistió anoche”. El día siguiente, ese mismo diario informa: “el tango y el cake walk fueron bailados con soltura por nuestra juventud elegante”.

¿Y el cliché del organito?

No podemos omitir el papel que el modesto organito callejero tuvo en la difusión del género. Este instrumento mecánico, al parecer originario de Italia, llegó al país a mediados del Siglo XIX.

Consistía en un cilindro con púas, movido por un manubrio, que produce la percusión en una serie de cuerdas que representan determinadas notas, todo ello encerrado en una caja. Podían ser pequeños, transportados por un hombre y colgando de su cuello; o en carritos empujados a mano, o tirados a caballo cuando eran muy grandes, en forma de pianos.

A comienzos del Siglo XX había, en Buenos Aires, talleres especializados en la construcción y reparación de organitos. En estos talleres también se preparaban los cilindros. Este sistema requería conocimientos musicales para la selección y adaptación de las obras, teniendo en cuenta las limitaciones de notas.

Los organitos, durante las postrimerías del Siglo XIX y las primeras décadas del XX, conquistaron las calles de la ciudad, sobre todo en sus arrabales, trayendo alegría a la gente de los barrios, ya que era la única forma de reproducción de música.

Los organitos trajeron el Tango a los zaguanes, las plazas y hasta en los lugares cerrados, cuando las restricciones económicas impedían contratar músicos.

De lo antedicho se desprende que el Tango no sólo vio la luz en los prostíbulos. También se tocó en los circos, teatros, plazas ¡y hasta en reuniones sociales y, por qué no, familiares! Y guste o no a los sostenedores de la “teoría prostibularia”, fue ejecutado y grabado incluso por bandas militares y municipales.

El cliché es una media verdad

¿Por qué, entonces, este empeño en enunciar una relación bi-unívoca entre tango y proxenetismo?
Yo pienso que, entre otras cosas, se trata de una cuestión “marketinera”: resulta mucho más atractivo vender un Tango fuertemente enraizado en lo prohibido, con una fuerte impronta sexual, que decir que nació en el comedor de la casa de Doña Eulalia.

Es mucho más novelesco. No por algo, un escritor como Mario Benedetti dice, en su libro “La borra del café”:

“Cuanto mejor se lleve en el baile (de tango) la pareja, cuanto mejor se amolde un cuerpo al otro, cuanto mejor se correspondan el hueso del uno con la tierna carne de la otra, más patente se hará la condición erótica de una danza que empezó siendo bailada por rameras y cafishios (proxenetas) del novecientos, y que sigue siendo bailada por el cafishio y la ramera que unos y otros llevamos dormidos en algún rincón de las respectivas almitas y que despiertan alborozados y vibrantes cuando empiezan a sonar los acordes de El Choclo o Rodríguez Peña”.

Muy poético, pero, a mi juicio, inexacto. NO HAY PEOR MENTIRA QUE UNA VERDAD DICHA A MEDIAS.


Continúa en la próxima entrega.

Ángel Mario Herreros

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