Teoría y Juego del Duende

¡Cuéntale a los demás!

Queridos: quizás este texto que hoy les comparto no tenga que ver, estrictamente, con la temática tanguera, porteñera, que abordo habitualmente. Pero sí esta relacionado con el género –no tangencial, sino íntimamente- en tanto el Tango abundó, abunda y abundará (espero) en artistas, digo en verdaderos artistas de todos los palos: músicos, escritores, bailarines, cantantes, bailarines…

El cinco de junio de 2012 tuve el inmerecido honor de abrir, en la Plaza de la Zubia, Granada (España), el acto de celebración por el natalicio del gran Federico. Lo hice con una charla sobre “García Lorca y el Tango”.

Rodríguez Pagán nos presenta al duende

La noche anterior, durante una reunión con artistas andaluces, tuve oportunidad de conocer al poeta y catedrático dominicano Juan Antonio Rodríguez Pagán, quien me hizo el honor de obsequiarme su último libro “Una propuesta surrealista de Lorca”, donde encontré una de las declaraciones más notables sobre el arte que he leído en mi vida, una “definición” que me conmovió profundamente, pues cierra, absolutamente, con aquello en que creo. Dice Rodríguez Pagán:

La musa, el ángel y el duende sirven de base, por comparación, a la conferencia que Federico brindó en la Residencia de Estudiantes de Madrid, a principios de la década del veinte, bajo el título “Teoría y juego del duende”.

Portada de «Una propuesta…»

Las tres entidades, para el poeta, ocupan distintas instancias en el proceso de creación; distinción fundamental que ubica al verdadero artista en lucha con los sonidos negros del misterio con los que debe luchar hasta vencer:

«Para buscar al duende no hay mapa ni ejercicio. Sólo se sabe que quema la sangre como un tópico de vidrios, que agota, que rechaza toda la dulce geometría aprendida, que rompe los estilos, que hace que Goya –maestro en los grises, en los platas y en los rosas de la mejor pintura inglesa- pinte con las rodillas y los puños con horribles negros de betún… o lleva a Jorge Manrique a esperar la muerte en el páramo de Ocaña, o viste con un traje verde de saltimbanqui el cuerpo delicado de Rimbaud…

Los grandes artistas del Sur de España, gitanos o flamencos, ya canten, ya bailen, ya toquen, saben que no es posible ninguna emoción sin la llegada del duende.» (1)

Y añade, luego de estipular que ángel y musa vienen de fuera, porque el uno da luces y la otra da formas; que para llegar al duende, que es un “poder y no obrar… un luchar y no pensar”, no importan las facultades, ni la técnica, ni la maestría.

El duende: entrega y desgarro

Importa otra cosa que Federico define a través de una anécdota en que la cantaora La Niña de los Peines, llegado un momento de desamparo se levanta como una loca, tronchada igual que una llorona medieval, y se bebe de un trago un gran vaso de cazalla como fuego, y se sienta a cantar “sin voz, sin aliento, sin matices, con la garganta abrasada, pero con duende”.

La mujer, continúa Lorca, “había logrado matar todo el andamiaje de la canción para dejar paso al duende furioso y abrasador, amigo de vientos cargados de arena, que hacía que los oyentes se rasgaran los trajes casi con el mismo ritmo con que se los rompen los negros antillanos del rito, apelotonados ante la imagen de Santa Bárbara”. Es decir:

«La Niña de los Peines tuvo que desgarrar su voz porque sabía que la estaba oyendo gente exquisita que no pedía formas, sino tuétano de formas, música pura con el cuerpo sucinto para poder mantenerse en el aire. Se tuvo que empobrecer de facultades y seguridades… Tuvo que alejar a su musa y quedarse desamparada, que su duende viniera y se dignara luchar a brazo partido. ¡Y cómo cantó! Su voz ya no jugaba, su voz era un chorro de sangre digna por su dolor y su sinceridad.«

Esa es la prueba de fuego –porque el duende hiere, gusta de los bordes del pozo- en franca lucha con el creador auténtico. De modo que así se templa el ánimo del artista. Y en la curación de esta herida, que no se cierra nunca, está la virtud mágica de la obra creada, subraya Lorca.

¿Qué decir, mis queridos, luego de estas palabras? Últimamente, cuando veo que tantos y tantos mercaderes han invadido el templo del Tango –algunos con mucha técnica, eso sí, con mucho academicismo, pero vacíos, sin nada que transmitir- siento una suerte de desazón, entonces releo estas palabras de Federico y vuelve la esperanza –a veces remolona, pero vuelve- porque sé, porque tengo la profunda convicción de que aún quedan hombres y mujeres capaces de buscar al duende, de luchar con él a brazo partido, sabedores que la lucha resultará en heridas, y las heridas en cicatrices… Pero estos artistas, estos creadores, herederos de un largo linaje que se pierde en la noche de los tiempos, aún se atreven a correr el riesgo.

Un remedo del Guadalquivir

Una anécdota más, antes de despedirme: desde Granada viajé hasta Sevilla, donde me presenté en la emblemática Sala El Cachorro, en el Barrio de Triana. Por la noche, al finalizar la actuación, volví caminando al hotel donde me alojaba, me acompañaban algunos amigos, entre ellos el excelente poeta andaluz Pedro Lérida y su esposa.

Al cruzar el Callejón de la Inquisición, tropezamos con el Guadalquivir, que debía cruzar, puente mediante, para llegar hasta el hotel, al ver la hermosa imagen del “río”, en esa noche primaveral, con las luces de Sevilla reflejándose en el agua, dije: ¡Tantos años soñando con el Guadalquivir, y ahora lo tengo frente a mí! A lo que la mujer me respondió:

– Pero, Mario… esto no es el Guadalquivir…

– Mujer, no lo desilusiones (acotó Pedro)

– ¿Coooooooomo que no es el Guadalquivir? El cartel junto al puente dice que lo es…

– Bueno… Mario… sí y no… te cuento que en ocasiones el río venía crecido, muy crecido, causando pérdidas de vidas y haciendas, entonces, para evitar estos desastres, las autoridades decidieron hacer un desvío, poner una esclusa kilómetros antes de Sevilla, y otra kilómetros después… en realidad este río tiene, en todo su recorrido, unas cincuenta esclusas… de manera que lo que estás viendo es un embalse, que de vez en cuando se abre para cambiar el agua estancada…

Casi me caí de espaldas… el Guadalquivir era, a la altura de Sevilla, una gigantesca Pelopincho (pileta casera de lona)… es verdad que se había ganado en seguridad, acaso en comodidad, pero ya no era el Guadalquivir… sino el by-pass de un río… Ya no era un río vivo, sino un río muerto o, peor aún, el remedo de un río.

El duende en el arte

Y me dije que lo mismo, exactamente lo mismo, pasa con el Arte, que como el río en estado natural, supone riesgos, incomodidad, incertidumbre. El Arte debe fluir, como el río, renovarse constantemente, asumiendo el riesgo del error, el fracaso y la indiferencia, de otra manera se estanca, y pasa a ser una pieza de museo, peor aún, un remedo del Arte.

Ser artista, y obrar en consecuencia, supone un riesgo que hay que correr, aunque nos vaya la vida en ello. Mil veces preferible el peligro de un tumultuoso río de montaña, que la engañosa paz de los cementerios, aunque esos cementerios sólo sean metáfora de la parálisis artística, o espiritual, que viene a ser lo mismo.

Dedico estas líneas a mis amigos artistas, a todos, pues considero a todo artista mi amigo. A los tangueros que leyeron hasta el final, mil disculpas si mi discurso no es el que esperaban, aunque en el fondo del «bobo»(2) espero que sí lo sea. Fraternal abrazo para todos.

(1) Todo lo escrito en itálica es textual de Federico García Lorca.

(2) En el argot tanguero se le llama «bobo» al corazón.

Ángel Mario Herreros

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