Contenido filosófico de las letras de tango
Mucho daño se ha hecho (y se hace) al Tango, con o sin intención; vale decir, tanto desde la ilustración elitista -que tiende a desacreditar las manifestaciones culturales populares- como desde la supina ignorancia.
Decimos que mucho daño se ha hecho respecto de las posibilidades de difusión del Tango y su adopción por parte de las nuevas generaciones, a partir de la mala imagen que le otorga el cliché que caracteriza al tango como una música melancólica, una suerte de lamento de género, a través del cual el varón engañado, o directamente abandonado, llora la pérdida de su amor. Es moneda corriente definir al tango como una música “triste”.
Antes nos lo dijo Sábato.
No negamos que el tango aborda, en muchos casos, el mal de amores. ¡Claro que no! Pero es que las penurias sentimentales forman parte de la vida, como las alegrías. Y el tango aborda ambas. Porque el tango no es nada más ni nada menos, que una metáfora de la vida, de las costumbres, del rioplatense.
El tango y sus géneros vinculados, como el vals porteño y la milonga, incluyen todos los aspectos de la idiosincrasia porteña, como un brillante, que tiene diferentes facetas, una de las cuales, seguramente, el costado romántico, sentimental. Pero hay otras, de toda laya…
El tango nos cuenta acerca de Buenos Aires, sus barrios y lugares emblemáticos; el boliche; la madre y los amigos; el Carnaval y el Cabaret; el compadrito; las artes y oficios; penas y alegrías; de la vida y de la muerte…
Y también nos habla de los grandes temas filosóficos, aquellos que han quitado el sueño a hombres y mujeres excelentes desde hace miles de años. Es que el tango, como síntesis del cuerpo social argentino, incluye entre sus compositores a gente que abrevó en la música clásica -Osmar Maderna, Julio De Caro- y autores que podemos definir, sin ruborizarnos, como intelectuales –Enrique Santos Discépolo, Homero Manzi, Cátulo Castillo, Homero Expósito- sin contar con aquellos que se graduaron con honores en la “universidad de la calle”, como el gran Francisco Gorrindo.
Debo confesar que hubo un tiempo en que tuve la soberbia de pensar que había sido yo quien acuñó el rótulo “metafísica tanguera”, en alguno de mis escritos, hasta que llegó a mis manos un ensayo de Ernesto Sábato: “Tango, discusión y clave”, junto a un grupo de colaboradores.
Allí descubrí un capítulo titulado, precisamente, “Metafísica”. Y si bien da la impresión de Sábato, en la emergencia, no trata el tema con la suficiente profundidad, sino, más bien, en forma tangencial, al menos constituye un buen punto de partida para estudiar este aspecto de las letras tangueras.
La metafísica
El término “metafísica” ha sido bastardeado, en las últimas décadas, vinculándolo, especialmente con lo esotérico, las ciencias ocultas, lo paranormal, lo misterioso, hasta resultar, en ocasiones, parte del discurso de los charlatanes.
En realidad, la metafísica aborda problemas centrales de la filosofía, como lo son los fundamentos de la estructura de la realidad y el sentido y finalidad última de todo ser.
El término metafísica proviene del título que Andrónico de Rodas –el primer editor sistemático de la obra de Aristóteles- puso a una colección de trece libros (rollos de papiro) que ordenó, en oportunidad de la primera edición de las obras del estagirita, a continuación de los ocho libros dedicados a la “física”, de ahí el término “metafísica” (detrás o a continuación de). Extrañamente, en dichos libros, que no son más que un conjunto de reflexiones que su autor jamás pensó en editar, el término “metafísica” está ausente.
Aristóteles se refirió, más bien, a una “filosofía primera”, cuyo principal objetivo era el estudio del SER, de sus atributos y causas.
La metafísica se pregunta por los fundamentos últimos del mundo y de todo lo existente. Trata de lograr una compresión teórica del mundo y conocer la verdad más profunda de las cosas, por qué son lo que son… y más aún… por qué son.
Tres de las preguntas fundamentales de la metafísica son:
- ¿Qué es ser?
- ¿Qué es lo que hay?
- ¿Por qué hay algo, y no más bien nada?
Tradicionalmente se ha divido a la metafísica en dos ramas:
Metafísica general u ontología: que estudia el Ser en tanto Ser.
Metafísica especial, que a su vez se divide en las siguientes:
Teología Natural: que estudia a Dios mediante métodos racionales (excluye el misticismo).
Psicología Racional: Estudia el alma o mente del hombre.
Cosmología Racional: Estudia al mundo material en general.
La metafísica estudia los aspectos de la realidad que son inaccesibles a la investigación científica, es decir, la búsqueda a través del método científico.
Según Immanuel Kant, una afirmación es metafísica cuando afirma algo sustancial o relevante sobre un asunto (juicio sintético) que por principio escapa a toda posibilidad de ser experimentado sensiblemente por el ser humano. Es notable observar cómo Kant por una parte demuele a la metafísica, calificándola de “discurso de palabras huecas” y “alucinaciones de un vidente” y por otra parte procura reformularla de forma tal que pueda presentarse como ciencia.
A partir de su Filosofía Transcendental y su criticismo, Kant niega la posibilidad de preguntarnos qué es el conocimiento, sino a partir del análisis de la facultad humana de conocer.
Kant afirma que al ser humano la realidad no se le presenta como es realmente sino como se le aparece debido a la estructura específica de su facultad de conocimiento, y como el conocimiento científico depende de la experiencia, el hombre no puede emitir juicios sobre cosas que no están dadas por las sensaciones, como “Dios”, “alma”, “universo”, “todo”, “nada”. A pesar de todas estas consideraciones, Kant califica a la metafísica de “necesidad inevitable” del Hombre.
Arthur Schopenhauer definió al ser humano como “animal metafísico”.
Friedrich Nietzsche; Martin Heidegger, Michael Foucault criticaron a la metafísica, reduciéndola a una cuestión lingüística, sin embargo, hasta fecha, desde la filosofía, el arte y aún la mesa de café porteña, se sigue discutiendo, especulando, acerca del Ser, de Dios, del Mundo y el Alma.
Metafísica, café y tango
Y es, precisamente, el café, el ámbito natural donde los porteños se encuentran y discuten, reflexionan, filosofan, se hacen confesiones, el lugar ideal donde aquellos que tienen tiempo y disposición comparten, se comunican, el ambiente ideal donde letristas, músicos, cantores, se dan cita y construyen, entre todos, este género inefable, este fenómeno cultural que es el tango… ¿Dónde, si no, ocurre la confesión del tango “Nubes de humo” del año 1923?
Fume compadre,
fume y charlemos,
y mientras fuma, recordemos
que con el humo del cigarrillo,
ya se nos va la juventud…
Tango con letra de Manuel Romero y música de Manuel Jovés, que recordamos en la voz del gran Edmundo Rivero, quien también nos dejó el tango que quizás refleja con mayor fidelidad el ambiente del café porteño y su significado como ámbito idóneo para la reflexión filosófica, la intrascendente charla de amigos, la confesión de un mal de amores, ese lugar público con tantos rincones íntimos, tantos como el número de mesas del local, un tango arquetípico como “Cafetín de Buenos Aires”, del año 1949, con letra del inefable Discepolín, y música de Mariano Mores…
De chiquilín te miraba de afuera,
como a esas cosas que nunca se alcanzan…
La ñata contra el vidrio
en un azul de frío
que sólo fue después viviendo
igual al mío.
Como una escuela de todas las cosas,
ya de muchacho me diste, entre asombros
el cigarrillo, la fe en mis sueños
y una esperanza de amor…
Un tango que refleja también en forma magistral el ambiente del boliche de barrio, esta vez desde una óptica costumbrista, antes que filosófica, es “Un boliche” de Tito Cabano y Carlos Acuña…
El trompa tira la bronca
porque un pebete se cuela
y un cantor con su vihuela
pide permiso y entona.
Y así, entre naipe, curda y canto
de esta escena cotidiana
se oye la voz de una nena:
¡Papá! ¡Vamos, que mamá te llama!
Y es claro que no se agota aquí la colección de tangos que exaltan o ponen como telón de fondo al café porteño, recordamos piezas como Café de los Angelitos (Cátulo Castillo José Razzano); Viejo Tortoni (Héctor Negro y Eladia Blázquez); El último Café (Cátulo Castillo y Héctor Stampone)… hasta el mismísimo Café La Humedad (1974) de Cacho Castaña, que grabó, por primera vez, Rubén Juárez…
Café “La Humedad”, billar y reunión,
sábado con trampas ¡qué linda función!
Yo solamente necesito agradecerte
la enseñanza de tus noches
que me alejan de la muerte.
Café “La Humedad”, billar y reunión,
dominó con trampas ¡qué linda función!
Yo simplemente te agradezco las poesías
que la escuela de tus noches
le enseñaron a mis días.
Ángel Mario Herreros