Un café con Silvio Rodríguez en La Habana

¡Cuéntale a los demás!

Uno de los regalos más maravillosos de mi vida

Mi “café cubano” más especial lo tomé en la mañana del quince de diciembre del 2000, cuando mi entonces compañero y yo nos encontrábamos en el Festival del Nuevo Cine Latinoamericano, en La Habana. Allí estaríamos durante diez días.

Desde años antes, en Nueva York, un grupo de amigos, admiradores de Silvio Rodríguez y autodenominados Silviólogos, nos solíamos reunir cada cierto tiempo para interpretar, ‘a guitarra limpia’ y a nuestro modo, canciones del de San Antonio de los Baños.

En noviembre del 1999, grabamos un vídeo con nuestras interpretaciones el cual, meses más tarde, enviamos al propio Silvio a través de la periodista Chiqui Vicioso. Ella había entrevistado a quien encabezaba este grupo de locos poco antes de nuestro viaje a La Habana. Posteriormente a esto, yo había conocido en un encuentro literario en Puerto Plata (República Dominicana) a Yolanda Ricardo, una escritora cubana que tenía una relación cercana con la secretaria de Silvio en los estudios Ojalá de Miramar.

Con estos dos “anzuelos” para “pescar” a Silvio, pudimos pactar un encuentro para el miércoles 13 de diciembre. Sin embargo, su secretaria me llamó poco antes a la pensión donde me quedaba, para avisarme, disculpándose mil veces, de que Silvio no se había dado cuenta de su agitada agenda y que tendría que posponer la cita para el viernes, día 15, a las once y media de la mañana.

Como anécdota les cuento que aquella misma mañana, antes de nuestra cita, fuimos a ver el documental Estado de Gracia de Lourdes de los Santos, en el que Silvio hablaba de que siempre algún extranjero llegaba tocándole la puerta para interrumpir su trabajo. Ese comentario me produjo aún más nervios de los que ya tenía, ya que mucha gente me advirtió por las calles de La Habana del carácter arrogante y desagradable que exhibía el cantautor en un trato personal.

En su casa, en Miramar

Llegamos a Miramar. María de los Ángeles, su hermana, nos invitó a pasar a la salita; nos ofreció un café y nos pidió que nos sentáramos y esperáramos a que llegara Silvio, quien llegó minutos después, comportándose en todo momento con total sencillez. Nos preguntó: “¿Puedo fumar?»… Y, ¿qué le iba yo a contestar a este señor tan grande ante mis ojos estando, encima, en su propia casa?

La conversación fluyó de un modo tan ameno y tan fácil que se me olvidaba por momentos que estaba frente al mejor y más grande cantautor de Latinoamérica de los últimos cuarenta años. Le preguntamos al inicio de la charla si podíamos hacer fotos y si podíamos filmar a lo que él repuso “¿Cómo?; ¿Y es que no han empezado todavía?”…

Hablamos de la Nueva Trova, de Angola, de sus inicios como dibujante, del Che, de su pasión por la fotografía, de Cuba, de Estados Unidos… De un sinfín de cosas que poco tenían que ver con sus canciones.

Descartes

Recuerdo que le preguntamos que, siendo Descartes uno de sus mejores álbumes en nuestra opinión, por qué decidió darle ese nombre. Él contestó: “Bueno, en realidad yo quería ponerle Sobras, respondiendo al diablito que me picaba por dentro”, pero luego Argelia, su madre y su gran crítica, le dijo que ese nombre le parecía muy feo, que sonaba como las sobras con las que se hacen un ajiaco y optó por el segundo.

Nos explicó que eran canciones descartadas de la trilogía Silvio, Rodríguez, Domínguez, que no encajaban con el estilo o la temática de estos primeros tres y por ello se decidió por este nombre.

Al final de la conversación, hablamos de cine, otra de nuestras pasiones, y le pedimos un mensaje para nuestros amigos, los Silviólogos. Él nos dijo: “Bueno; díganles que nadie es perfecto”. Yo pensé que él estaba haciendo alusión al álbum que había publicado Serrat en el año 1994; pero no. Él se refería a la última línea de una de sus películas favoritas, Some like it hot, de Billy Wilder (Con faldas y a lo loco, en España), con Marilyn Monroe, Jack Lemmon y Tony Curtis, donde estos dos últimos huyen de la mafia disfrazados de mujer.

Ocurrió: lo sé porque está grabado

Antes de despedirnos, nos hizo pasar a su oficina para regalarnos varios de sus discos, un álbum de Anabell, su hermana menor, y una copia del libro Canciones del Mar.

Salí de allí con muy buen sabor de boca, con una hora y media documentada en vídeo de este regalo maravilloso que fue tener delante a un hombre que me ha regalado tanto a través de sus letras y su música, con fotos en mi haber que me recuerdan este gran momento y con la satisfacción de haber estado en casa del más grande cantautor de América Latina.

“Si me dijeran pide un deseo…”, no pediría un Rabo de nube, sino el revivir este regalo inmenso y maravilloso que fue estar con este extraordinario “decidor de canciones” y el cual mi alma no asimiló hasta semanas después.

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