
Sí la música, como dicen, calma a las bestias, en nosotros causa una situación distinta. Y vamos a confesarlo sin trauma ni penas: somos animales de ritmo. Un tambor nos convoca, un bajo nos hipnotiza, y antes de que nos demos cuenta, nuestros pies ya están trazando círculos en el piso.
La salsa, por naturaleza propia, es ese hechizo colectivo. Un buen día, unos locos talentosos pensaron: «Y si, entre mambo y moña, les contamos una buena historia».
Así, entre osadía y audacia, se le ocurrió la idea de un disco conceptual. No solo un par de canciones sueltas, sino un álbum entero donde cada tema fuera un capítulo de una misma novela sonora. Fue el sueño de convertir el baile en literatura, y la literatura, en un festín para los oídos y los pies.
Larry Harlow – Hommy
Larry Harlow, «El Judío Maravilloso» en 1973, nos presentó a Hommy. ¡Una ópera latina! como respuesta válida a la ópera rock Tommy qué fue grabada en 1969 y después llevada al cine por The Who.

Pero nuestro ritmo de esquina, de fritanga y ron, quería vestirse con la capa de la ópera para también decirle a todos la capacidad que teníamos de este lado del charco. Y de esta manera, llegó la historia de un héroe ciego que recorría un mundo de percusión y tragedia. Y para coronarla, trajo de vuelta a la Reina, a Celia Cruz, para que fuera la narradora de esta epopeya. Fue como si de pronto, en medio de la rumba, alguien abriera un libro de mitología y lo pusiera a sonar con trombones.
Rubén Blades / Willie Colón – Maestra Vida

Pero si Hommy era la ópera, la gran novela llegó en 1980 de la mano de un panameño con pinta de intelectual y un neoyorquino que anteriormente se nos mostró con cara de pillo en sus tiempos del Bronx: Rubén Blades y Willie Colón. Ellos nos regalaron Maestra Vida. Aquí no había héroes ciegos ni alegorías grandilocuentes. No, esto era otra cosa. Esto era pasearse por el barrio y contarnos la vida de la gente de a pie: el señor que trabaja hasta el cansancio, la madre que cría con sabiduría callejera, los amores que se construyen y se deshacen. Era ponerle música a nuestra propia vida, con toda su ternura y sus dificultades. Blades no solo quería que bailáramos; quería que nos sintiéramos orgullosos de nuestra propia historia.
Willie Colón – El Baquiné de los Angelitos Negros

Y justo entre estos dos grandes momentos, Willie Colón, siempre el genio inquieto, ya nos había sorprendido en 1977 con una joya un poco más oscura pero profundamente conmovedora: El Baquiné de Angelitos Negros. Se trata de un velorio para un niño, una tradición puertorriqueña. Willie tomó esta ceremonia llena de dolor y fe, y la musicalizó. El resultado es un viaje que va del llanto más desgarrado a la celebración más vibrante de la vida. Es la salsa como rito, como consuelo, como abrazo colectivo. Una obra maestra que demuestra que nuestro ritmo puede tocar todos los temas, hasta los más profundos.
Los casi conceptuales
Más allá de estas tres obras maestras narrativas, el «concepto» también se coló en forma de temas unificados. Siembra (1978), el otro disco monumental de Blades y Colón, es un perfecto ejemplo. No cuenta una historia lineal, pero todo el álbum es una reflexión sobre quiénes somos los latinos en la ciudad. Plástico nos llama la atención sobre la falsedad, Pedro Navaja nos cuenta un cuento callejero con final trágico, y Buscando Guayaba celebra la simpleza de lo cotidiano. Es un disco para bailar, sí, pero también para pensarnos.

Al final, esos experimentos nos dejaron una lección: que la salsa no era solo un ritmo para evadir la realidad, sino una forma brillante y gozosa de contarla. Fue el sueño en cada giro de la pista de baile, para leer un capítulo fascinante de nuestra propia novela.





