Como un dardo maligno, el 17 de diciembre de 2021 nos llegó por múltiples vías la noticia de que Vicente Feliú había muerto, víctima de un ataque al corazón. El testimonio de su esposa Aurora, y luego el de su hija, nos arrancó la duda y la esperanza de que fuese un mal sueño. Vicente, “El Tinto”, ya no estaría físicamente con nosotros.
Hemos perdido al más cercano, al más amigo, al más hermano de los trovadores. Aunque los homenajes no se hicieron esperar y se dieron en todo el continente, creo que todavía no lo hemos entendido.

Vicentes, Santiagos y Auroras
«El Tinto”, como le decían los amigos, fue el primero de su generación. Fue el primer hijo de sus padres, y también le tocó ser primer nieto. El primer Feliú de su estirpe, en Cuba, había salido un siglo antes desde Canet del Mar, Cataluña; se llamaba Vicente Feliú Llinás, tenía un hermano llamado Santiago, y se casó con una Aurora. Como si se tratase de una novela de El Gabo, fueron repitiéndose los Vicentes y los Santiagos, hasta el nacimiento de “nuestro” Vicente Feliú, el 11 de noviembre de 1947. Luego vendría su hermano Santiago, y luego otro más, llamado Santiago Vicente. Impresionante.
Vicente padre tocaba la guitarra y componía lo suyo: le mostró el camino, de modo que para 1964 ya el muchacho hacía sus propias composiciones. Era inevitable que él y otros talentos habaneros se reuniesen alrededor de la música y las ideas dominantes en su ambiente.
En 1972, junto a Augusto Blanca, Leo Brouwer, Noel Nicola, Pablo Milanés y Silvio Rodríguez, Vicente funda el Movimiento de la Nueva Trova, punta de lanza continental para la promoción de un mensaje combativo y absolutamente necesario. Y también como parte de ese furor, hace canciones estupendas, como “Créeme”, “Donde habita el corazón”, o “Una canción necesaria”, esta última dedicada al Ché Guevara.
Esa canción iba a ser utilizada a finales de los ‘70 para un audiovisual que estaba preparando una oficial del Ministerio del Interior. Es así como se produce el flechazo entre nuestro Vicente y su Aurora. En una entrevista con Amaury Pérez, cuenta “yo veo a aquella muchacha, pequeñita, con unos ojos hermosos (quien escribe da fe de ello), y recibí dos pestañazos fulminantes”. Desde entonces y hasta su partida, fueron por 42 años, Vicente y Aurora, como si el destino supiera que esos nombres juegan constantemente a enlazarse. Ella lo acompañó siempre que era posible; sólo faltó a la fallida presentación del 17 de diciembre. Tampoco estuvo ese día Aurora de los Andes, su hija en común, quien reside en Ecuador.

«Créeme si no me ves y no te digo nada
Si un día me pierdo y no regreso nunca.
Créeme que quiero ser machete en plena zafra
Bala feroz al centro del combate.»
Trovador, una profesión de riesgo
La sociedad cubana de las décadas de los ‘60 y ‘70 estaba llena de expectativa; era un conglomerado social que se veía a sí mismo como una esperanza; un ejemplo a seguir para el bienestar del llamado Tercer Mundo y, por eso, embebidos en el espíritu internacionalista, se incorporaron voluntarios y armas a las luchas de liberación que iban apareciendo en otros confines.
La Revolución Cubana sorprendió a Vicente empezando la adolescencia, cuando se siente al mundo con intensidad y los dolores ajenos se hacen propios. Con apenas 11 años hizo su primera guardia, portando una antigua y pesada ametralladora Thompson. La fallida invasión a Bahía de Cochinos dejó una huella duradera en los jóvenes de su generación, quienes vivieron en carne propia un intento de invasión por parte de una potencia extranjera.
El 15 de diciembre de 1975 Silvio Rodríguez le escribió una carta a Alfredo Guevara, el entonces presidente del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC), solicitando su incorporación a la lucha en Angola, país africano que en ese momento pugnaba por independizarse de Portugal.
En 1976, el mandado estaba hecho, y hasta Angola voló Silvio, pero también viajó Vicente Feliú, su amigo y cómplice desde que se conocieron en la Asociación de Jóvenes Rebeldes. En Angola se dedicaron sobre todo a cantar y a entretener a la tropa, pero también tuvieron que defenderse y entrar en combate.
Más complicados fue su estancia en Bolivia, en 1980, cuando fue invitado a cantar y asistió, junto a Augusto Blanca y dos cubanos más, al país suramericano, a pesar del insistente ruido de sables en los cuarteles bolivianos. Habían tomado las precauciones del caso y acordado su traslado a la Embajada de Panamá en caso de que ocurriese el temido golpe.
Dos días antes de regresar a Cuba, ocurrió la insurrección y el cuarteto cubano fue detenido. Fueron acusados de cualquier cosa: tenían pasaportes cubanos y eso bastaba. Durante horas los esbirros se cebaron torturándolos, dejando saldo de costillas rotas y un simulacro de fusilamiento, con pelotón y todo. “Entonces ahí nos tiraron contra el paredón de espalda y nos fusilaron. Claro, que de mentirita. Igual a uno se le aflojan las patas…” cuenta Vicente. Afortunadamente, un aceitado mecanismo permitió que el mismo Fidel se enterase de los hechos y se gestionase el regreso a la isla.
Humildad
Octubre de 2013. La ausencia del Comandante Chávez aún era una herida abierta y La Patana un oasis de aroma revolucionario en medio de Altamira; en el municipio más opositor, en Caracas. Allí se presenta Vicente Feliú.
Él sabe que algunos amigos estamos presentes, somos un puñado, no más de diez, en una mesa cercana al escenario; nuestra presencia le ofrece confianza en una circunstancia difícil, frente a un público nuevo… y exigente.
Arranca con cualquier tema, no me pregunten cuál, y 200 voces caraqueñas lo corean como si se tratase del último hit en las radios locales. Vicente respira aliviado y hace otra canción, que también coreamos. Y otra, y otra por la mitad, porque de pronto se detiene. Quedamos expectantes. Hay un hombre con una guitarra en el escenario, congelado. Hay silencio. Vicente se excusa, pide permiso, baja la escalerilla y se refugia en una oficina.
Suspenso. Dos minutos más tarde, regresa a la tarima, se guarda el pañuelo con el que acababa de secarse unas lágrimas, y confiesa, conmovido: “gracias, muchachos, es muy grande que se sepan mis canciones”.
Famoso no, pero conocido
“El Tinto” podía hacer lo que Silvio y Pablo no: pararse en una esquina, compartir la guitarra con un grupo de entusiastas sin que el público lo acosara para obtener autógrafos. Pero nunca dejó de presentarse en cualquier lugar, en cualquier escenario.
El 17 de diciembre de 2021, Vicente estaba ensayando en el Museo de la Música (La Habana) una de las tres canciones llamadas, “La Bayamesa” (una de ellas es el Himno Nacional de Cuba, pero estaba cantando otra, de Sindo Garay). Un dolor repentino y una asfixia breve dieron cuenta de la cruda verdad: su corazón entregó todo durante 74 años de brega. Santiago, su hermano, también había muerto de un infarto en 2014.

Eduardo, por si te sirve de algo, La Bayamesa que estaba cantando Vicente no es el himno nacional Cubano, es una versión contemporánea de la canción romántica y patriótica homónima entonada por primera vez en 1851. Tambien conocida como Mujer Bayamesa.
Lleva en su alma la bayamesa
tristes recuerdos de tradiciones
cuando contempla sus verdes llanos
lágrimas vierte por sus pasiones.
Ella es sensible, le brinda al hombre
virtudes todas y el corazón
pero si siente de la Patria el grito,
todo lo deja, todo lo quema,
ese es su lema, su religión.
Un saludo.
Gracias. Lo tendré en cuenta y, por supuesto, haré la corrección correspondiente en el texto original.
Hola Eduardo, Bello, bellísimo homenaje, como tú sabes hacerlo. No sabia que Vicentico había fallecido y me ha llenado de tristeza, sobre todo en estos tiempos en los que referentes y voces sabias tanta falta hacen. Te mando un abrazo enorme.
Valentina, desde Guatemala.
[…] cuando ellos mismos fundan el Movimiento de la Nueva Trova Cubana, junto a otros trovadores como Vicente Feliú o Sara […]
[…] – 11/11/2024) Tras el fallecimiento de Vicente Feliú, sobre un escenario y mientras ensayaba, se han dado alrededor de su figura una serie de eventos y planteos […]