Hacíamos chistes con nuestras fechas de nacimiento. Los tres éramos capricornianos. Henrique Bolívar Navas del 9 de enero de 1940, Héctor Castillo del 13 de enero de 1953 y esta negra del 20 de enero de 1952.
Mucha tierra junta, decía yo, echándomela de astróloga, mucha seriedad y perseverancia. El que rompía el molde era el cuarto de la tropa, Víctor Prada Vallés, nacido el 22 de julio de 1941, Leo, puro fuego, literal, y además zuliano de cepa y media.
Bolívar Navas se sentenciaba de Ocumare del Tuy por hechura y yo de Cumaná por infinito amor a la crianza en la tierra de mi madre. Solo Héctor salvaba su zuliana caraqueñidad.
Quiso la vida que él y yo iniciáramos nuestros periplos duros a partir de nuestra amistad en el liceo Pedro Emilio Coll de Coche, donde compartíamos con el salsero que también era el flaco Jorge Luis García Carneiro, aunque también estaban por ahí el salsero Nelson Merentes, María Alicia Mujica, una hermana de Ernesto Villegas (Esperanza no era salsera) y toda una tropa que bailaba cuando El flaco Jorge Luis, Héctor y yo hacíamos sonar a Palmieri y Barreto en aquél tocadiscos Acude, que nunca fue tan útil para la rebeldía liceista.
Para qué hablar del periplo del Macropana Héctor que todos conocemos, cargado de honestidad, música, pedagogía y, claro, perseverancia.
Este domingo 5 de junio se cumplen 10 años de su partida física.
No hemos visto en Corazón Salsero ni en el llamado Festival Mundial de la Salsa nada que aluda al nuestro, al venezolano que tanto entregó por una genuina conciencia salsera. (Tampoco hay mujeres anunciadas, pero ese es otro tema).
Amor para Héctor Castillo a una década de su partida. Es de los que hacen falta junto a Phidias, junto a Henrique y Víctor. De mí no hablo, porque de ellos soy la que queda para reivindicarlos.
Lil Rodríguez