Comenzaba el fin de semana del carnaval de 1985. Con los primeros rayos del sol de la mañana del 16 recibí la llamada de José Luis Naranjo para informarme sobre el accidente de Alí y su muerte. No puedo expresar ese vacío que sentí. Solo sé que comencé a llorar por un hermano de la vida, mi hermano mayor.
A mi memoria llegaron algunos episodios que compartimos en distintos momentos que sigo considerando, ahora más que nunca, extraordinarios. Aquellas enseñanzas en el patio de Carmen Adela que con los años son más profundas, sorprendentemente vigentes y en la actualidad, imprescindibles. análisis que en su visión revolucionaria y paradigma del futuro, son en este momento libro abierto para discernir y compartir con quienes aún no entienden que el camino es duro y la lucha es larga, y que solo con el concurso del pueblo venezolano sin distinción, eso es posible. Vuelven los profundos razonamientos que surgían en la amena tertulia y que con la presencia del cantor adquirieron ese hermoso compromiso a su memoria de seguir luchando por una patria digna y justa.
Ese tristísimo día, convergió el dolor mayor en un canto colectivo que se asomó en la carretera desde Caracas a Paraguaná. Un llanto común que retumbó en Venezuela y Latinoamérica; en los pueblos y escenarios donde su canto fue el canto de todos.
Ese tristísimo día, nadie podía creer lo que sucedió de imprevisto. Venezuela perdió una de las luces que iluminaba y esperanzaba los corazones oprimidos. Ese día todo fue gris en el cielo, triste y vacío. Hoy su canción se hace más necesaria. Cada barrio, cada comité, cada cual que enaltece su nombre, sabe que en alguna estrofa está el mensaje que busca. Sabe que la canción está por encima de la idea y esa canción es la humanidad entera a la cual hay que hacer más humana.
Parece mentira Alí: hace 39 años te despedimos con canciones celebrando tu eternidad, y hoy seguimos haciéndolo convocados cada año para ir a tu siembra con flores rojas, puño en alto y seguir luchando por la alborada. Parece mentira, el tiempo pasa, algunos se van, otros se quedan, y tú allí, como si fuera ayer, con tu cuatro y tu guitarra, como si nada hubiera pasado, ese tristísimo día.