No hay duda que el nombre de Celia Cruz es un estandarte para la música popular latinoamericana y esencialmente para la salsa y la música latina.
Aquella joven que salió del barrio Santos Suárez de La Habana cantando guarachas, sones y boleros, y que fue parte de la historia musical cubana y también venezolana con la Sonora Matancera y la Sonora Caracas, con el corazón en la mano y lágrimas en sus ojos, decidió junto con algunos músicos el exilio en la gira de la Matancera en junio de 1960 a México.
El contacto lo hizo en secreto y a espaldas de los integrantes, Rogelio Martínez, el director de la Sonora, solicitando el asilo político para el grupo. Allí se presentó el dilema y la diatriba con los músicos si regresaban a Cuba o se quedaban en tierra azteca. Algunos regresaron, y otros se quedaron para probar suerte y desde allí comenzó a trabajar por un tiempo con exitosas presentaciones en el D.F. hasta 1961, cuando se va a los EE.UU., a seguir cantando y soñando con ser famosa en ese país. Y lo logró. No solo en EE.UU., sino en todo el mundo.
La Guarachera de Cuba como se le conoció al principio y luego la Reina de la Salsa, era solo una figura artística que posteriormente se transformó en marca a partir de 1969 con un grito con el que se identificaría en un género como la salsa. A pesar de las maquinarias como Fania y Tico quienes tenían en su staff los grandes músicos y cantantes, ninguno de ellos popularizó una frase o palabra como lo hizo –y también de manera particular-, por ejemplo, Dámaso Pérez Prado con “Dilo…» para después rematar con «…Maaaaaambo”. Solo Celia Cruz fue quien, tal vez sin proponérselo, hizo el equilibrio de género en imponer la palabra Azúca, así sin la “r” al final.
El ingenio del azúca‘
Y todo surgió en un restaurante de Miami, donde Celia y su inseparable compañero, Pedro Knigth, almorzaban y como de costumbre, al terminar de comer, Celia pide al mesonero que le trajera un “café cubano”. El mesonero le preguntó cómo lo quería, y Celia le responde: con azúcar; pero en ese momento el mesonero no la escuchó porque le hablaban de la mesa colindante y volvió a preguntar: “¿cómo lo quiere?” a lo que Celia, para que terminara de escucharle le gritó: «¡¡Con azúcaaaaa!!». El mesonero se asustó y luego comenzó a reírse al igual que los comensales de las mesas contiguas.
En la noche Celia actuaba en un club y cuando vino su show, aprovechando los minutos en el que los músicos agarran el segundo aire para continuar tocando, ella relata lo sucedido en el restaurante con tanta gracia que la gente le aplaudió el cuento. Al día siguiente, Celia hacía su rutina del show en el mismo sitio, y cuando los muchachos de la orquesta pararon para descansar, se escuchó desde el fondo a alguien que le dijo: ¡¡echa el cuento del azúcar!! Entonces Celia decidió incluir la anécdota en cada show donde se presentaba; pero eso no terminó allí.
¿Salsa simple? ponle azúca‘
Llegó el momento en que se cansó y no siguió con lo del azúcar. Se presentaba y empezó a notar que el público ya no era el mismo con el entusiasmo, que estaba faltando algo que siempre los emocionaba. Un día, lo pensó mejor y para llegar al escenario debía subir unas escaleras desde el camerino y, con micrófono en mano cuando todo estaba en silencio, gritó: Azúcaaaaaa… y los presentes esa noche comenzaron aplaudir a rabiar.
Decidió que ese sería para siempre su sello, su marca, su grito de guerra, y desde ese momento hasta su muerte, Azúca se convirtió en Celia y viceversa. Nunca registró la frase que la hizo famosa, como ahora suelen hacerlo algunos artistas e influencers de moda. ¿Para qué? si ella lo que en el fondo anhelaba era que toda la gente gritara libremente “azúca”, para expresar que estaba feliz de cantar y bailar, de vivir y gozar, de compartir la alegría y transmitirla en cada canción, como lo hizo a los treinta años cuando salió de Cuba y con sus manos en el pecho, dejó enterrado su corazón.