Es que se dice fácil, pero no lo es. Y aunque muchos lo acosan y lo acusan, otros muchos saben y reconocen que la labor de Javier Key al frente de Corazón Salsero no ha sido nada fácil.
Nos gusta la Salsa Brava, la dura, la del cantar y bailar sin estilos programados, sin trajes a propósito, sin pasitos tun tun “dos pa allá, tres pa acá y salta”. Pertenecemos a la generación que iba al Poliedro no a bailar (que bailábamos) sino a admirar embelesados a un Eddie Palmieri frente a su piano, a un Miguelito Cuní cantando Convergencia con el Sonero Clásico del Caribe, a un Ángel Canales, Los Lebrón, a Joe Arroyo en su plenitud, o al Trabuco Venezolano y La Dimensión Latina, o las Noches de Nueva York en el recinto de Coche.
A veces por esa burbuja que amamos no nos damos cuenta de que hay otra generación con sus gustos, sus sonidos, sus formas de comunicarse, sus códigos. Les peleamos como a nosotros nos pelearon quienes nos antecedieron. Ciclo que se cumple una y otra vez, y en el que ahora nos corresponde formar, acompañar y comprender sin ceder a los atentados a la música, al buen gusto y a la venezolanidad.
En esa línea hemos visto cómo Javier Key dedica tiempo a hacer audiciones de canto, de instrumentos, de baile, en un segmento que va desde los 5 años hasta la juventud. Ya cuenta ese Corazón con orquesta propia y buena.
Key es salsero como el que más, es padre, es venezolano y tiene una encomienda seria.
Felicitamos los siete años de ese Corazón que sabemos está haciendo evaluaciones para ratificar o rectificar programas y acciones del proyecto por el bien de la Salsa, que en otros países dicen que murió. Por acá hay excelentes emergentes, a los que hay que visibilizar. Una auditoría salsera nacional, nos daría valiosas y gratas sorpresas, tanto en compositores como en instrumentistas, orquestas y voces.
Lil Rodríguez