Lil Rodríguez
En la década de los ochenta un querido colega decidió quitarse la vida y aquello fue un leñazo tremendo para el gremio periodístico. Rómulo Rodríguez estaba muy vinculado además a eventos musicales en El Poliedro en asociación con Percy Llanos y su esposa Anita. Fue Anita quien encontró sin vida a Rómulo. Fuimos muchos los que decidimos acompañarlo a su última morada.
Su sepelio sería en el Cementerio del Este en Caracas.
Estábamos allí cuando llegó el cortejo y la familia de Rómulo, gente muy encopetada que no parecía tener nada en común con nuestro amigo fallecido. Entonces un colega nos fue susurrando: “Alí Primera viene a despedir a su panita Rómulo. Eran tremendamente amigos”. Nuestra permanencia se transformó en una orden.
La familia de Rómulo nos miraba como gallina que ve sal, y nosotros ahí, firmes, con nuestros zapatos de goma y nuestros morrales. Ya eran las 5 de la tarde y el personal del cementerio llegó a decir que iban a cerrar ya. Y justo llegó Alí Primera con la guitarra en la mano.
Nunca le había visto tan cerca, nunca le había hablado. Y Alí dijo: “Yo de aquí no me voy sin cantarle al panita Rómulo”. Y nosotros firmes ahí respaldando a Alí. La familia nos miró con odio. Se montaron en sus carros y se fueron prácticamente derrotados.
El personal obrero del cementerio fue solidario con Alí, un ser humano con la humanidad saliendo por sus ojos que no miraban: escrutaban.
Entonces el Padre Cantor montó su pie sobre la tierra que cubría los restos de Rómulo y cantó como nunca: “Los que mueren por la vida/ no pueden llamarse muertos”. Un coro de periodistas le secundó.
Nunca más vi tan de cerca a Alí Primera, pero con esa visión me bastó para ratificar los postulados tan dignos y patrios de aquellas canciones que teníamos años escuchando en casettes, casi a escondidas.
Cumple 80. Sigue joven. Cada vez más.