Lil Rodríguez
Todavía muchos latinoamericanos nos estremecemos al imaginar el martirio de aquél hombre, llevado a tomar una posición ideológica en favor de su pueblo, masacrado día a día. Nos estremecemos al leer sus últimos clamores: “El mundo de los pobres nos enseña cómo ha de ser el amor cristiano, que busca ciertamente la paz, pero desenmascara el falso pacifismo, la resignación y la inactividad. En nombre de Dios pues, y en nombre de este sufrido pueblo, cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios: Cese la represión”.
Le costó la vida, y su Martirio del que el pasado jueves 24 se cumplieron 42 años es un caso del día a día, cuando con bochorno vemos cómo los pobres siguen ahí. Los poderosos también.
El Martirio de Monseñor Romero no está compensado porque lo hayan canonizado. Sigue siendo martirio en la medida en que no han cesado las causas que llevaron a su asesinato. En su tierra natal y en todo el mundo.
La música, la poesía, la pintura, el cine renuevan a Monseñor Romero, así como renuevan los postulados de otros mártires como el Che Guevara, Luther King, Antonio José de Sucre, Patricio Lumumba, Salvador Allende, Joao Goulart, Maurice Bishop, Fabricio Ojeda… y la lista es muy larga, pero en Dolor Mayor, como lo sentenciara Alí Primera, porque la reivindicación existe.
A Monseñor Romero lo llamaron y siguen llamando “La Voz de los sin Voz” y la elevó con potencia cuando vio claramente su papel al lado de su pueblo. “Es mejor perder el habla/ que temer hablar”, cantaba Alí.
Era lunes 24 de marzo de 1980, y eran las 6:30 de la tarde en San Salvador cuando la bala asesina tocó el corazón de Monseñor Oscar Arnulfo Romero, hijo de un telegrafista, el que optó por practicar hasta sus últimas consecuencias la fe de su Evangelio.
Fue aprendiz de carpintero…