Las boínas azules siguen en Las Azores

¡Cuéntale a los demás!

La noche del 3 de septiembre de 1976, Emmy y Frances, dos típicas tormentas del Atlántico, descargaban su furia sobre el archipiélago volcánico de las Azores, a 1300 km de la costa portuguesa, y el avión de la Fuerza Aérea Venezolana (FAV) en el que viajaban 68 personas, se precipitó con gran estruendo a escasos metros de la pista de aterrizaje del aeropuerto de Lajes, en la isla de Terceira.

Eduardo Parra Istúriz

“Gloria al bravo pueblo…” comenzaba una de las incontables partituras desperdigadas en la tierra mojada, como pudo constatar el joven padre Dolores, cura de la vecina parroquia de Angra do Heroismo, quien, tras bajarse del viejo Fiat 600, comenzó a recorrer el escenario de espanto que se presentaba ante sus ojos. Era la primera persona que llegaba al lugar del siniestro, donde fragmentos del avión y cadáveres formaban un dantesco paisaje, sobre el lodo formado tras horas de densa lluvia.

La última prueba de Hércules

A la aviación militar venezolana se le ha tenido siempre en gran estima y sus pilotos gozan de brillante reputación por sus estupendas calificaciones en concursos y pruebas internacionales.

Máquinas de vuelo como el Lockheed Hércules C-130, además, son formidables por su versatilidad: fue diseñado como un transporte de tropas y cargas pesadas y hay versiones capaces de proveer servicios médicos, reabastecimiento de combustible en vuelo, aspersión de químicos en medio de voraces incendios… irónicamente, su desempeño es extraordinario en la exploración de huracanes y tormentas.

El avión, de casi 30 metros de largo y 40,4 de envergadura, se produce desde los años 50 y sigue siendo el aerodino estándar para transporte de tropas en las fuerzas aéreas de más de 40 países, incluyendo Venezuela.

Pongamos al frente de esa aeronave la experiencia del Tte Cnel (Av) Manuel Vásquez Ocando, de 44 años, quien había realizado el mismo vuelo varias veces. El impresionante tándem de máquina y operarios no fue suficiente el 3 de septiembre de 1976 y, como si el destino tomase venganza por el atrevimiento de desafiar sus designios, el FAV-7772 con menos de 5 años de servicio, que transportaba a 53 miembros del Orfeón Universitario de la Universidad Central de Venezuela, se precipitó a tierra, segando la vida de 68 personas: los artistas, la tripulación y algunos infortunados pasajeros. La música venezolana perdió la joya de su corona y el dolor paralizó la vida nacional durante 4 días.

Azores nunca ha vivido algo similar

La Tragedia de las Azores, como se bautizó al nefasto suceso ocurrido en la isla Terceira del archipiélago volcánico portugués, es la mayor que se registre en la historia de la música latinoamericana y, quizás, en toda la historia del arte. Se trataba de la máxima expresión artística de la más importante de las universidades venezolanas. Aparte de ser estupendos músicos, eran jóvenes en plena formación profesional, quienes, con un entusiasmo infinito, se habían precipitado al abismo de una muerte pocas veces tan traicionera, tan injusta, tan cruel.

El padre Francisco Dolores, entonces de 22 años, no podía dormir debido a la conjunción de las dos tormentas que azotaban la diminuta isla. A pesar del brutal clima, al escuchar el impacto fue él quien llegó primero al sórdido paisaje de cadáveres y fragmentos del avión siniestrado. En 1996 devolvería a Romelia, viuda del director Vinicio Adames, el diapasón que tomó de su bolsillo esa noche.

El padre Dolores

Dado que es más lento que un vuelo comercial, los muchachos se prepararon para un viaje tedioso. Hicieron una escala en Las Bermudas y partieron de allí a las Azores, donde repostarían combustible. Cuando ocurre la fatalidad, los tanques iban casi vacíos y por eso el avión no explotó.

El experimentado Vásquez había intentado aterrizar dos veces, pero en la tercera ocasión no pudo levantar la mole de metal y el avión se estrelló a escasos 200 metros de la pista del aeropuerto de Lajes, sin suficiente combustible para explotar. Sin embargo no hubo sobrevivientes.

“Durante años me atormentó la idea de que mis compañeros hubieran sufrido una muerte agónica, y cuando tuve al padre Dolores frente a mí, le pregunté si habían sufrido. Él me tomó la mano y me dijo ‘no pienses en eso’. Ahí entendí que sí, varios de ellos fallecieron rato después del impacto”, relata Graciela Gamboa, protagonista del renacer del Orfeón Universitario.

Graciela Gamboa, orfeonista, en 2016 /Foto EPI.

La versión de estos hechos es corroborada por otro orfeonista, Alcides Rodríguez: “Cuando fuimos a las Azores en 1993, el padre Dolores me dijo que él tuvo tiempo de hablarle a Vinicio Adames poco antes de que muriese”, relata.

Hay un detalle que demuestra cómo los orfeonistas tuvieron conciencia de lo que podía suceder. Muchos de los cuerpos rescatados sostenían la cédula de identidad en sus manos. Ese gesto revela una angustia tremenda, la misma que puede constatarse en la última, involuntaria grabación del Orfeón Universitario de 1976, que, además de gritos de espanto, registra el Himno Nacional de Venezuela entre confusas instrucciones del operador de la torre de control y los requerimientos del piloto. La grabación quedó en el sistema del aeropuerto.

Un itinerario complicado

Hay un planteamiento de la cábala, o de alguna milenaria sabiduría, que indica que si a un evento planificado se le oponen tres obstáculos, el proyecto debe ser abandonado o modificado sustancialmente.

El orfeón contaba 33 años de consolidado éxito. Se había presentado en todo el país sin olvidar humildes poblados; estaba sembrado como una estrella en la bandera; como la arepa o el arpa en el corazón de los venezolanos. Su prestigio era enorme y había trascendido nuestras fronteras: una primera gira, en 1959, los llevó a Costa Rica, Cuba, México, Panamá y Puerto Rico. Y esa vez lo transportó la Fuerza Aérea Venezolana (FAV), que inauguró así una relación amistosa vigente hasta hoy.

Ahora, en España se celebraría el XII Día de Canto Coral de Barcelona y existía la posibilidad de efectuar presentaciones adicionales en París ¡Era Europa!. Sin embargo, (recordemos la cábala) había razones para quedarse.

La historia ucevista en los años ’70 está plena de complicaciones. Por ejemplo, el cierre de la universidad por órdenes del presidente Rafael Caldera, que ciertamente complicó la vida del orfeón. A finales de 1975 se abortó un intento de expulsar por razones políticas al director Vinicio Adames, del mismo partido que Caldera.

El presupuesto para toda la Dirección de Cultura de la UCV era minúsculo y los pasajes representaban cerca de 300 mil bolívares (entonces unos sólidos 70 mil dólares). Tampoco se logró el apoyo de la extinta línea aérea Viasa, del Estado.

Nulo presupuesto, todo voluntades

En un giro absurdo, el asesinato de Jorge Rodríguez (padre), dirigente de la Liga Socialista, propicia una reunión en que la Federación de Centros Universitarios gestiona el avión de la FAV, y el piloto Vásquez -de vacaciones- acude encantado: sólo pide llevar a su esposa.

El propio Adames estaba aprehensivo y evitaba el tema. Se encontraba en Miami y en vez de hacer el viaje desde allá, prefirió venir a Caracas. “Yo viajo con mis muchachos”, dijo.

Graciela Gamboa estaba de permiso por razones médicas, así que no viajaría. Ella, motor incombustible del Orfeón, cuenta con la voz quebrada: “Dije varias veces que habría otros festivales, que nos preparásemos bien para el año siguiente. Mercedes Ferrer estaba embarazada y viajar en un Hércules sería complicado (estos aviones no tienen asientos). Pero ellos estaban tan decididos que yo no tenía ni fuerzas ni argumentos sólidos para oponerme. El director temía a los aviones, pensaba que moriría así, y estaba especialmente preocupado con este vuelo; pero incluso a él lo tranquilicé: ‘Has viajado muchas veces ¿por qué tendría que pasar nada esta vez?’… pero esta vez pasó”.

Renacer en un país sacudido

La autopista Caracas – La Guaira fue cerrada. Un C-141 de la US Air Force transportó los restos mortales en féretros sellados hasta Maiquetía y en pocos minutos se ofrecía una misa para los orfeonistas, quienes descansan en el Cementerio del Este. Hubo duelo general y una pesadumbre palpable en las calles durante los días siguientes.

Raúl Delgado Estévez, único orfeonista presente en el festival (viajó antes como organizador) dijo entonces que el Orfeón Universitario se levantaría de nuevo. A la postre, fue él -junto a Graciela y otros compañeros- quien dirigió la reconstrucción del proyecto. Jubilosamente, la institución resurgió y la trágica experiencia propició un auge de la música coral en el país.

Raúl Delgado Estévez.

Amor por nuestro canto

El Orfeón Universitario nació con el apoyo irrestricto del recién nombrado rector de la UCV, Rafael Pizani, quien se tuvo que enfrentar a no pocas figuras de autoridad que fueron firmes detractores de la idea.

La intención de Pizani era que el grupo amenizara los eventos importantes que ocurriesen en el alma mater. Voces malsanas se burlaban de la iniciativa y crearon el odioso mote de “los loros de Pizani”. Pero su calidad superó al recinto académico y se convirtieron en embajadores de la cultura en los más recónditos lugares del país, así como en todo el continente.

Su paso por la geografía nacional y su maravilloso trabajo los enraizó en el alma de los venezolanos, así que, al evento terrible que supone siempre un siniestro aéreo, se sumó la tragedia de perder a algunos de nuestros artistas más queridos y admirados. El luto paralizó al país durante cuatro días y la llegada de los cuerpos a Maiquetía fue un acto solemne y de profundo duelo.

¿Serán loros de Pizani los que vuelan por Caracas?

Raúl Delgado Estévez asumió la dirección musical tras la tragedia. Él, Graciela Gamboa, otros sobrevivientes y una selección de nuevas voces, fueron protagonistas del resurgimiento del Orfeón Universitario, que en marzo de 1977 reapareció con un sentido y esperado concierto.

En 1993 la agrupación vuelve a las Azores para cantar en la iglesia de Angra do Heroismo. Allí, una enorme parvada se levantó al finalizar el concierto, y no faltó la voz que dijera, ahora amorosamente “¿Ven? ahí van los loros de Pizani”.

Hoy el Orfeón Universitario de la UCV es un cuerpo vivo y Patrimonio Artístico de la Nación que empuja hacia el alma la vida en mensaje de marcha triunfal.

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