La música alivia el dolor físico

¡Cuéntale a los demás!

Eduardo Parra Istúriz

(RCA – 21/07/2022) El dolor es un alerta que hace que paremos a revisar qué nos ha pasado. Una respuesta que el organismo suele emitir para advertirnos de que algo anda mal. Es comparable a las luces del tablero de un automóvil, pero, ejem, más doloroso.

La sensación de dolor es tan desagradable que hemos buscado la manera de aliviarla desde hace milenios, y por supuesto, la música ha sido una de ellas. No en vano existen canciones que se usan para distraer a los niños justo después de darse un golpe: “sana, sana, colita de rana”. Pero…

¿Puede la música calmar el dolor?

La ciencia lleva décadas intentando resolver este dilema y en los últimos años han aparecido indicios que apuntan a confirmar el poder de la canción para aliviar el dolor.

Todo comenzó con un estudio de los ‘90 que afirmaba que escuchar a Mozart influía positivamente en el sistema nervioso, lo que pronto escaló a la afirmación de que “escuchar a Mozart te hacía más inteligente”. No es cierto, el Coeficiente Intelectual no aumenta por escuchar a ningún autor, pero eso sí, el genio de Viena se puso de moda y vendió como nunca.

Lo que sí se comprobó es que escuchar música tiene propiedades analgésicas. Hay muchos estudios que certifican una disminución importante de la percepción de dolor entre quienes escuchan música antes de responder los test correspondientes.

Y ahí entramos en un asunto igualmente interesante…

¿Cómo se mide el dolor?

Uno de los grandes problemas de la medicina ha sido determinar cuánto dolor siente la gente, porque esta sensación es individual, depende de cada persona y su propia sensibilidad. Esto depende de la alimentación, el sexo, la edad, y un cúmulo de factores imposibles de controlar.

Todos sabemos que un golpe similar suele ser mucho más doloroso para un niño que para una persona adulta, pero también ocurre que personas de similar sexo, edad y contextura física pueden tener niveles muy distintos de percepción del dolor.

Hay personas que no sienten dolor, condición peligrosa por cuanto esas personas pueden hacerse daño sin enterarse, pero en el otro extremo se encuentran personas que viven con dolores permanentes, como los pacientes de fibromialgia, a quienes una simple caminata les puede resultar dolorosa.

Por otra parte, el dolor no sólo tiene un componente físico, sino que incluye un componente emocional, que puede modificar la percepción de un mismo estímulo en una misma persona, según si se encuentra triste o alegre.

Para acercarse a la solución de este laberinto, lo que se ha hecho es acudir a una escala del dolor que va del 0 al 10, desde un leve malestar hasta un dolor insoportable.

Al pedirle a muchas personas que califiquen el dolor en esta escala, se obtienen promedios útiles para la mayoría de la población, que permiten avanzar y clasificar las dolencias de acuerdo a la intensidad del dolor. Así, el cólico nefrítico se encuentra a la par de los dolores de parto, por ejemplo.

Las penas se van cantando

Escuchar música es una de las actividades más intensas a las que se puede someter al sistema nervioso. Es que no se trata simplemente de usar los oídos, cuya única misión es recoger el sonido. Pero procesar los sonidos de la música exige el esfuerzo de muchas zonas del cerebro. Si cada zona fuese una luz, escuchar música es equivalente a encender un árbol de Navidad.

En México, un neurobiólogo ha llevado adelante una serie de experimentos para comprobar los efectos de la música en la percepción del dolor. Se trata de Eduardo Garza, quien se ha dedicado a este tema durante los últimos diez años.

En 2014, Garza dirigió un equipo de trabajo que sometió a prueba a 22 pacientes de fibromialgia, quienes debían caminar y sentarse en una secuencia idéntica para todos. Les pidió realizar este ejercicio antes y después de escuchar pistas de música, y que calificasen el dolor percibido en cada ocasión, según la escala comentada anteriormente.

Eduardo Garza, neurobiólogo mexicano

Garza no usó a Mozart, sino pistas de música popular tan heterogénea como Barry White, Cat Stevens, José José, La Oreja de Van Gogh, Pearl Jam o Vivaldi, y el resultado fue asombroso: las pistas musicales probaron ser efectivas para disminuir la percepción del dolor, y el “tratamiento” se hacía más efectivo en forma proporcional a cuánto le gusta esa música en particular.

Estos estudios podrían significar el desarrollo, en el futuro, de terapias con base en música para gestionar el dolor en pacientes con dolor crónico. Eduardo Garza ha afirmado que se trata de un efecto real, que la música reduce el dolor. Pero aún hay mucho por investigar.

¿Por qué se siente menos dolor?

Hay varias teorías alrededor del hecho.

Anteriormente comentamos que el dolor tiene un componente emocional, y esas emociones están vinculadas a la presencia de neurotransmisores (químicos que envían información por el sistema nervioso). Las emociones positivas ayudan a aliviar el dolor.

Entre esos neurotransmisores se encuentran las endorfinas, sustancia que el organismo segrega naturalmente para aliviar el dolor y que produce una sensación de bienestar. Una teoría plantea que escuchar música estimula la producción de endorfinas y dopamina.

Quienes escuchamos música con frecuencia, sabemos que determinadas canciones traen recuerdos, evocan emociones, y que en esa situación el pensamiento vuela, lejos del momento presente. Otro enfoque teórico indica que la música actúa como un distractor.

Sea como sea, el trabajo que lleva adelante Eduardo Garza procura lograr una alternativa o complemento al uso de drogas para controlar el sufrimento de miles de pacientes. Con música, es mejor.


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