El algoritmo está desnudo

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La controversia alrededor de si el algoritmo de las plataformas digitales de música respetan o no la voluntad de sus usuarios se acaba de reavivar con la reciente denuncia que un colectivo ha presentado contra Spotify.

(RCA – 09/11/2025) Spotify enfrenta una denuncia por payola que le ha planteado la usuaria Genevieve Capolongo, una ingeniero informática que usa la plataforma de streaming desde hace varios años, en representación de un grupo de usuarios.

La payola es el nombre que se le dio en español a la práctica de pagarle a una radiodifusora para que repitiese insistentemente un tema que se deseaba promocionar. Esta práctica está penada legalmente en muchos países, amparándose en leyes contra la competencia desleal.

La demanda, presentada en Nueva York hace escasos días, plantea que el servicio Discovery Mode (Modo Descubrimiento) de la plataforma es una forma disfrazada de payola, sólo que manejada por un algoritmo, y partió de la observación por parte de Capolongo de un patrón marcadamente comercial en este servicio, que se supone estar basado en los gustos del usuario.

¿Qué ofrece Discovery Mode?

Se supone que este servicio de la plataforma usa el algoritmo para analizar los gustos y preferencias del usuario y determinar qué estilo de música y qué cantantes podrían ser una agradable novedad qué presentarle. No obstante y de acuerdo con la demanda, la realidad es que tales «descubrimientos» responden a pagos o rebajas de tarifa acordados con sellos disqueros o directamente por artistas.

En esta ocasión, el verdadero descubrimiento realizado por Capolongo es que el algoritmo no le hace caso. Ella indica que el sistema le recomendaba repetidamente temas de Drake, Justin Bieber, Zach Bryan y en general, artistas fichados por grandes disqueras y que a ella ni le interesan, ni le agradan, ni se acercan a sus preferencias.

La denunciante recordó en el texto legal presentado que ya en julio de 2024 se había publicado un artículo en el diario The Guardian, donde se señalaba que usuarios de redes sociales se quejaban de la insistente aparición en sus listas de reproducción de temas como Good Luck, Babe! de Chappell Roan o Espresso de Sabrina Carpenter, independientemente de los gustos de los usuarios.

ENLACE AL TEXTO ORIGINAL EN INGLÉS.

Demasiados pecados juntos

No es la primera vez que este tema asalta a la empresa, que ya en 2021 tuvo que explicar ante el Congreso de Estados Unidos el funcionamiento del sistema, debido al parecido de este servicio con la payola. Por otra parte, esta práctica también ha motivado que muchos artistas retiren sus contenidos de la plataforma.

En resumen, nuevamente aparece la certeza de que el algoritmo no es imparcial. Esto se suma a una serie de quejas que ya se han planteado, tales como las mínimas ganancias que obtienen los creadores de contenidos y el apoyo de la empresa al genocidio en Gaza. En Radio Café Atlántico hemos dejado de utilizar la plataforma desde hace varios meses por diversas razones, y particularmente por las dos últimas.

Aunque este asunto pueda parecer lejano a la realidad de los lectores de esta página, lo cierto es que el algoritmo está presente en más espacios cotidianos de los que pudiera parecer. Los usuarios recurrentes de redes sociales saben que la publicidad, las “recomendaciones” y la repetición hasta el hartazgo de contenidos no solicitados son al parecer inevitables.

Los países latinoamericanos, en un punto medio de capacidad adquisitiva y acceso a la información, pero políticamente manipulables y con lenta o nula reacción al intervencionismo extranjero, estamos entre los más vulnerables a este fenómeno.

La trampa digital

Una de las señales de los tiempos que corren es que muchas cosas que hace 20 o 30 años se consideraban hacer trampa, que tenían consecuencias legales o al menos eran moralmente inaceptables, han pasado a formar parte de la normalidad, dado que el mundo digital ha permitido que algunas de ellas queden muy bien ocultas o simplemente sean indetenibles en la práctica.

La aparición de aplicaciones como Über o Cabify sobrepasa rápidamente las leyes de cada país respecto a las condiciones que debe cumplir alguien para ser taxista. Plataformas como Airbnb permiten burlar las leyes locales de inquilinato y las redes sociales difunden todo el tiempo contenidos que no cumplen con los reglamentos de radiodifusión locales. En todos estos aspectos, la acción de los estados y la adecuación de las leyes llega tarde por simple lógica: aprobar una ley requiere tiempo y burocracia.

Los algoritmos, por supuesto, le pasan por encima a las legislaciones vigentes y las plataformas digitales; sus promotores se escudan en el ideal de la libertad de expresión para impedir o al menos dificultar que los reglamentos se modernicen y adapten a la nueva realidad. No cabe duda de que en muchos lugares habrá personeros de la política protegiendo a las corporaciones a cambio de jugosas prebendas.

La defensa queda, pues, en manos del ciudadano común, en el deber inexcusable de informarse al respecto, y en el establecimiento claro de las fronteras entre la Libertad de Expresión, derecho humano consagrado en la Declaración de la ONU; y la libertad de difusión audiovisual, derecho regulado por las legislaciones locales. A muchos les interesa ocultar que no son la misma cosa.

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