
Abrimos con el prólogo al libro Sincuentango, del italiano Piergiuseppe Medaglia.
“¿ES POSIBLE BAILAR TAMBIÉN LAS PALABRAS? ¿Es posible que el sentido de la letra encuentre natural correspondencia en un movimiento del cuerpo? ¿Podemos, a través de la comprensión del texto bailar un Tango más intenso?” (originalmente en italiano, en la portada del libro).

Razonamiento que comparto y por el que abogo en artículos, charlas y en las Clínicas de Musicalidad que vengo dictando desde hace años en Argentina, Italia y Portugal.
Una pena que este interrogante nos lo tenga que plantear un italiano y no le entre en la cabeza a muchos que, por estas playas, presumen de que al tango lo tienen claro. Y si mis palabras no alcanzan, vayamos a los dichos de uno que la tenía más clara que todos nosotros.
«Nunca puedo escribir música por escribir. Preciso una letra primero. Una letra que me guste. Entonces la mastico. La aprendo de memoria. Todo el día la tengo en la cabeza. Es como si la fuera envolviendo en la música. Es muy importante para mí lo que dice la letra de una canción» Firmado: Aníbal Carmelo Troilo, El bandoneón mayor de Buenos Aires, uno de los músicos, compositores y directores de orques icónicos del Tango.

Para los que minimizan, relativizan, ignoran la importancia de la letra en el Tango, así pensaba Pichuco (1) de la porción literaria de un gotán (2). Es claro que luego compuso Responso, la noche en que falleció su gran amigo, el gran poeta Homero Manzi, autor de fantásticas letras de Tango. Responso es instrumental, pero fue la excepción que justificaba la regla.
Sobre el Tango en general y sus letras en particular, solía decir nuestro gran escritor Jorge Luis Borges: “El Tango es el lamento del cornudo”. No es así. Nuestro género popular urbano es, en realidad, un gran abanico, un arco iris en el que caben todas las emociones, el amor, el desamor, el barrio, el hermano, la madre, los amigos, la esperanza, la alegría, la desolación, la ironía, la nostalgia.

De yapa, va la letra del hermoso tango Soy el cantor de la orquesta, compuesto por el gran Alfredo Gobbi, sobre letra de Osvaldo Bruzzi, que interpretó en forma inigualable la orquesta del Maestro Carlos Di Sarli con la voz de Jorge El Cajón Durán.
Soy el cantor de la orquesta
quiero decir lo que siento
y con todo sentimiento
mi propio tango cantar.
Un soñar llevo en el alma,
muchos versos de ilusión,
y en el fondo de unos ojos
anclada está mi emoción.
Pero tengo que llorar
si en la letra de algún tango
me debo desesperar.
Canto las penas ajenas
y también canto las mías;
y aunque yo me sienta alegre,
canto tristes melodías.
Voy de Palermo a Barracas
conquistando el corazón
y en el taconear de un tango
prendida va mi canción.
Soy voz de la guardia vieja,
soy del suburbio el dolor,
soy el cantor de la orquesta,
soy el que canta al amor.
Soy el cantor de la orquesta,
quiero decir lo que siento
y en sus alas lleve el viento
el eco de mi cantar;
y si el bandoneón rezonga
con su voz sentimental,
de amigo a amigo confiarle
que su gemir me hace mal,
porque no quiero pensar
que la letra de este tango
me haga también sollozar.
Ángel Mario Herreros
Notas del editor:
1) Pichuco: nombre cariñoso con que conocían a Aníbal Troilo
2) Gotán: uso del castellano rioplatense para referirse al tango.