La joven que inspiró al cantautor de Úbeda, este canalla que amamos los sabineros o sabinistas, como nos autodenominanos, tiene nombre y apellido. Curiosamente, en un concierto en Miami, el 24 de octubre del 2011, Arianne, la musa de esta canción estuvo presente.
Así lo anunció Sabina cuando presentó la canción pero sin dar su nombre. Sólo dijo que estaba en la sala del American Airlines Arena y que era una persona a quien le tenía cariño y respeto.
Comparto este escrito sobre «Princesa» de Diego A. Manrique, publicado en Palabras hechas canciones, edición del 2007, en El País
Templada crónica de una criatura que vivió todos los vaivenes de la época, desde la religión oriental a la heroína. Resulta aún más devastadora al saber que princesa está basada en una mujer de carne y hueso que, para más señas, sigue viva, aunque alguno de los biógrafos de Sabina se empeñara en enterrarla.
Para que nos hagamos una idea de lo revolucionada que estaba la España de los años ochenta: el compositor de la música, el cantautor Juan Antonio Muriel, se presentó con Princesa al arcaico Festival de Benidorm y ¡ganó la Sirenita de Plata!
Pancho así lo revela: «El personaje original era una chica suiza que vivió en mi barrio, en Prosperidad. Fue un rollo de Joaquín. Ella salió de todo, superó incluso las drogas duras. Ah, y no llego a tener cirrosis. La real es una historia menos turbia que la de la canción. A Joaquín siempre le ha gustado exagerarlo todo, es más literario».
De su sólida popularidad da testimonio el hecho de que nunca haya salido del repertorio, caso único. Continúa Pancho: «Y eso que le abrimos tocado cuatro o cinco mil veces, teniendo en cuenta que hemos hecho 1, 300 conciertos y que en cada gira la ensayamos y luego la usamos para la prueba de sonido. Hubo que presionar a Sabina para que la grabara: Sospechaba que estaba contaminada por lo de Benidorm, nos quedamos en segundo lugar y no pudimos ni presumir de haber subvertido el festival. Ocurrió que, en los directos, el personal empezó a pedir Princesa. Ahora puedo proclamar que ¡estoy hasta la polla de cantarla! (carcajadas)».
¿Quién es Arianne?
Arianne, nacida en Harrogate, en el condado de Yorkshire, Inglaterra, es hija de un húngaro que huyó de Stalin y de una española que abandonó el régimen de Franco. Se mudó a España de adolescente. Conoció a Sabina en Logroño. Era 14 años más joven que él.
Ella es la musa de carne y hueso en la que Sabina se inspiró para escribir su Princesa. Incluyó el tema en su cuarto disco, Juez y Parte (1985). La letra habla de una chica enferma y adicta a las drogas de la que Sabina ya se había desencantado un par de años antes.
En realidad, aquel fue un amor de juventud. Unos cuernos ocasionales. Corría principios de la década de los 80. Joaquín Sabina, en ese entonces ya un treintañero, era 14 años mayor que aquella chica “hippiosa, extraordinariamente joven y extraordinariamente hermosa” que desde niña imitaba a Edith Piaf y soñaba con ser cantante.
“Vi algo en el tío que me cautivó; era ingenioso e irreverente, tanto en sus letras como en la vida real; y muy cariñoso al mismo tiempo. Estaba casado, pero eso no impidió que tuviéramos un amorío. Sus otras relaciones no eran asunto mío, pensaba yo. Duró un año más o menos, de forma intermitente porque él vivía en Madrid y yo en Logroño. Un par de años más tarde sacó el tema Princesa…”, dice la mujer que inspiró la mítica canción del cantautor jiennense. De aquello hace ya 40 años.
La Princesa 40 años después
Ahora, casi cuatro décadas después de aquel romance, El Español, narra la historia de esa mujer a través de su propio testimonio. Hasta el momento no se sabía apenas nada de ella. Unos decían que se llamaba Fabiola. Otros, que había muerto. Sólo se conocía lo que el cantante explica en su libro de memorias, Sabina en carne viva.
“En realidad, era una belleza pintada por Botticelli (…) con la que me acostaba cuando iba a Logroño y con la que alguna vez me fui a un pueblecito perdido a pasar un fin de semana. Luego se vino a Madrid y fue cayendo en picado. Todo eso la llevó a la heroína y en ese momento hice la canción”, cuenta en su libro. “Afortunadamente, esa chica, que vivió momentos muy malos, tengo entendido que ya está bien y me alegro mucho por ella.”
Sí, la princesa ya salió de la heroína. Fue al poco de dejar verse con el cantautor. Sved, la hija de un empleado de hotel y de una trabajadora de una bodega, en la actualidad tiene 58 años y reside en Barcelona junto a su marido, Michael, un americano con el que vivió en Los Ángeles y Miami algunos años. Durante su juventud, la mujer también residió en Londres o en Berlín. Ahora trabaja como profesora particular de inglés y como traductora.
La historia de Arianne
Ella misma es quien desvela su vida en el blog Outside the blogs. Blogueando fuera del tiesto. “La canción habla de mí, básicamente, aunque [Sabina] se permitió mucha licencia artística en la letra. Por suerte, nunca sufrí una sobredosis ni robé una farmacia como la protagonista de la canción. Conseguí desengancharme a tiempo”.
Pese a nacer en Harrogate, Arianne Sved nunca ha vuelto a Londres. La trajeron al mundo en Inglaterra por casualidad. Sus padres habían emigrado por separado a Londres y se conocieron allí.
“En el caso de mi madre, creo que simplemente quería alejarse del atraso represivo de su país para aprender idiomas y ampliar su cosmovisión. En cuanto a mi padre, que no era especialmente anticomunista, dice que se montó en el tren de refugiados porque era gratis. No es broma”, confiesa.
La musa de Sabina es la mayor de tres hermanos. Al poco de nacer, su familia se instaló en Oxford, donde su padre trabajaba como director adjunto en el Randolph Hotel. Allí, aquella niña de piel nívea que casi siempre llevaba trenzas en el pelo, conoció a los actores Liz Taylor y Richard Burton.
Todavía guarda la foto que se hizo con ellos en la habitación en la que se hospedaban. Cuenta que, en la instantánea, a Burton “se le asoman los pelos del pecho de la americana porque les pillamos arreglándose para ir a cenar”.
La familia de Arianne dejó Oxford y se mudó a Grantham, la ciudad natal de Margaret Thatcher, a quien el padre de la chica también tuvo “el infortunio” de conocer. Arianne la recuerda como una ciudad sin vida, aburrida. Allí su madre comenzó a sentir morriña por su país y ella sufrió su “primera crisis existencial”. Tenía nueve años. “Decidí escaparme de casa luciendo ropa de mayor que me tenían prohibido ponerme. Volví después de un rato, pero me acuerdo de la momentánea sensación de libertad de portarme mal”.
Más tarde, los Sved se instalaron en Lincoln, al noreste del país. Allí Arianne vivió su “fase Glam rock”. En las paredes de su habitación colgaba pósters de David Bowie y T-Rex. Vestía pantalones de campana y calzaba zapatos de plataforma. Todo era nuevo y divertido para ella. En Lincoln fumó su primer pitillo, aprendió sus primeros acordes de guitarra y se dio su primer beso con un chico que no le gustaba. “Me resultó bastante repugnante, a decir verdad”.
Por ese tiempo, Arianne no sabía, según reconoce, que pronto iba a regresar al blanco y negro de la España franquista. A su padre lo despidieron del hotel en el que trabajaba por “ser un bocazas izquierdoso” que se negó a apoyar al dueño del negocio durante una huelga.
Fue entonces cuando su madre, deseosa de volver a España, encontró la excusa perfecta para hacer las maletas y volver a su país natal. “Consiguió arrastrarnos a todos pese a que Franco, ya más endeble, seguía en el poder”.
Represión en España
Los Sved se instalaron en Logroño, donde vivía la familia de su madre. Fue la época “más infeliz” en la corta vida de la joven Arianne. En la ciudad riojana se sintió inadaptada. Dejó un país moderno en el que escuchaba rock y estudiaba en colegios mixtos para instalarse en otro donde sonaba “flamenco pop”, «reinaba el machismo» y en el que la matricularon en un colegio de monjas.
La chica pasó de “aprender a memorizar”, de vivir con sus padres a vivir con sus abuelos porque su madre había encontrado un empleo de secretaria en Madrid y los niños no podían mudarse hasta que acabara el curso escolar. Arianne nunca olvidará el consejo que le dio su abuela materna: “No fumes, que a los chicos no les gusta”.
Durante un tiempo, Arianne tuvo que convivir con su abuelo, “un fascista machista”. En realidad, era el segundo marido de su abuela. El abuelo biológico de la joven era un anarquista que había muerto durante la Guerra Civil española. Enviudada y con una hija pequeña, la abuela cometió “la insensatez de casarse con uno del bando enemigo”, dice su nieta.
Una vez acabó el curso, Arianne y sus dos hermanos pequeños se mudaron a Madrid junto a sus padres. Allí, a su juicio, todo mejoró. Estudiaron en un colegio mixto y tuvieron profesores modernos. “Y, sobre todo, Franco la palmó por fin”, escribe.
Cuando la chica tenía 13 años, los Sved retornaron a Logroño. Vuelta a la ciudad que a Arianne le resultaba claustrofóbica. Su padre había encontrado allí un empleo como director adjunto de un hotel. Atrás dejaba Madrid, que por entonces empezaba a modernizarse. Era 1980. España salía de un régimen de 40 años.
Pese a la decepción, Arianne nunca imaginó que aquel hecho haría que, poco después, conociese a un joven canijo y de voz rota nacido en Úbeda. Se llamaba Joaquín y ya daba conciertos por toda España.
Arianne y la rebeldía
En Logroño, su padre tuvo algún traspié laboral por culpa de la política. El progenitor de Arianne criticó al PSOE en presencia de su nuevo jefe. No entendía que los socialistas, quienes por aquel tiempo querían abrirse a los postulados de una izquierda europeísta y moderna, abandonara el marxismo para abrazar la socialdemocracia.
Tras el despido, el padre de Arianne empezó a dar clases particulares de inglés. Su madre encontró un empleo en una bodega, lo que a la familia le permitía tener siempre en casa una buena botella de Rioja.
En aquel año, Ariane Sved se reconoce como una adolescente un tanto confusa a la que le tiraba más la rebelión cultural que la política. Empezó a saltarse clases del instituto para ir a un bar cercano llamado Merlín. Era, dice, “el único local enrollado de la ciudad”.
En el Merlín descubrió “el decadente placer de consumir drogas” al son de Lou Reed o de Patti Smith. Fue entonces cuando decidió dejar los estudios. Se pagaba las drogas dando clases de inglés. Arianne se adentró en el mundillo de las bandas de música locales, aunque su miedo escénico era más fuerte que ella.
La chica quería cantar. Cuenta que en una ocasión tuvo que sustituir al vocalista de un grupo de jazz. Todo salió mal. “Bebí tanto whisky para calmar los nervios que, en el momento de salir al escenario, estaba demasiado pedo para enfrentarme al público, obligando a los pobres músicos a improvisar un concierto instrumental (…) Fue en ese mundillo donde conocí al cantautor Joaquín Sabina, antes de que se hiciera internacionalmente famoso. Tenía 14 años más que yo, que era casi el doble de mi edad en aquel entonces”.
Aquel flechazo duró un año más o menos. Sabina iba y venía a Logroño desde Madrid, donde convivía con la que por aquel entonces era su mujer, Lucía Inés Correa, una argentina que había conocido en Londres durante su exilio.
Un par de años más tarde, cuenta Arianne, “sacó el tema Princesa, en el que habla de una chica que le había embelesado pero que, al engancharse a la heroína, había perdido todo su encanto. La canción habla de mí, básicamente, aunque se permitió mucha licencia artística en la letra. Por suerte, nunca sufrí una sobredosis ni robé una farmacia como la protagonista de la canción. Conseguí desengancharme a tiempo, a diferencia de algunos amigos yonkis que perdí por el camino. La relación amorosa con Sabina terminó pero nuestra amistad continuó cuando me mudé a Madrid, por mi cuenta esta vez”.
«Después de escrita, tardé mucho en cantarla y grabarla porque pensé que se me había ido la mano en el tono agresivo contra la chica”, reconoció años después el propio Sabina. “Fue el público quien la impuso. Hoy es insustituible en mis conciertos”, dijo el cantante que se escapaba algunos fines de semana junto a su joven amante para acostarse con ella en camas de hoteles perdidos.
Chao Merlín, hola Berlín
Al poco de conocerse Sabina y Arianne, la joven cumplió la mayoría de edad. Él tenía ya 32 años. Pero aquella chica pasó a ser una página más en la vida del cantautor. La princesa de la letra de la canción vivió después en Berlín, en Nueva York, en el Cadaqués de Dalí y volvió a Londres para estudiar cine. Participó en el rodaje de una road movie estadounidense de bajo presupuesto ambientada en el desierto de Nevada. No tuvo ningún éxito.
En Berlín, Arianne conoció a su actual marido, un estadounidense llamado Michael. La pareja se mudó a Los Ángeles, donde la chica trabajó en un showroom de moda que prestaba ropa de diseño italiano a estrellas de cine para sesiones de fotos y galas.
Mientras vivía en Los Ángeles, Arianne descubrió un detalle de la vida de su padre que ella y sus hermanos desconocían hasta el momento: era judío y un superviviente del holocausto nazi. Cuando se enteró, Arianne ya tenía treinta y pico años.
«Él temía que sufriésemos discriminación antisemita de niños. No es que nos hubiera mentido exactamente, pero había sido impreciso respecto a ciertos hechos como la muerte de su padre [el abuelo de la chica] en la II Guerra Mundial. Siempre supuse que había muerto en un bombardeo, pero no, fue asesinado a tiros por los nazis y lanzado posteriormente al río Danubio. Esto ocurrió mientras mi padre, que tenía solo 11 años, y su madre estaban encerrados en el guetto de Budapest. Afortunadamente, no les enviaron a un campo de concentración».
Pero volvamos a Los Ángeles. Arianne necesitaba casarse para conseguir el permiso de residencia en EEUU. Ella, que siempre le había tenido un miedo atávico al compromiso, pasó por el juzgado en Santa Ana, California.
“¡¡¿Casarme yo?!! Eso no había entrado nunca en mis planes vitales. A Michael, que es un romántico, no le desagradaba la idea. Pero yo tuve que autoconvencerme pensando que no era más que un documento con fines meramente prácticos”. La suya fue una boda sin invitados, fiesta ni fotógrafo. La pareja recién casada se hizo las fotos de boda en un fotomatón.
El paso del matrimonio por EEUU, de donde procedía Michael, tuvo altibajos para la pareja, principalmente económicos. Arianne y Michael decidieron mudarse a Barcelona. Sin embargo, volvieron poco después a Miami, donde él encontró un nuevo empleo.
En Miami vivían a pie de playa. Como su marido ganaba un sueldo considerable, Arianne se dedicó a escribir guiones de cine, leer libros, asistir a talleres e ir a festivales. Corría el año 2011. En España estallaba el movimiento 15M y a ella, una firme defensora de la protesta callejera, le pillaba a 7.000 kilómetros de distancia. Sentía envidia de no poder unirse a aquella irrupción social.
La internet le ayudó a reducir las distancias. Se sumó al equipo internacional (online) de Democracia Real Ya, la principal plataforma ciudadana que impulsaba el nuevo movimiento. Según cuenta, luego contactó con varios españoles residentes en EEUU que simpatizaban con la causa. Entre ellos, dice, unos chicos de Nueva York que pronto pondrían en marcha Occupy Wall Street.
Michael perdió aquel empleo. La pareja, que ya no podía ni pagar el alquiler, volvió a Barcelona, donde Arianne tiene familia. El matrimonio reside en la ciudad condal desde hace unos años. Ella ha vuelto a dar clases de inglés y ejerce de traductora. Su marido se dedica al marketing online y al diseño web.
Este texto fue publicado originalmente en El Blog de Shayra, que puedes visitar haciendo clic AQUÍ