Una de las anécdotas más graciosas que conocemos la cuenta Amaury Pérez, aunque {el no es el protagonista, sino el trombón de una orquesta búlgara de jazz que, por casualidades de la vida, estaba en Cuba.
Aclaratoria: el trombón se diferencia de la trompeta por su mayor tamaño y sonido más profundo, y porque casi siempre, en vez de válvulas usa una vara en forma de “U” que entra y sale del cuerpo principal de bronce, a fin de dar las distintas tonalidades.
En una ocasión, debido a pésimas condiciones de transporte, el trombón de la orquesta sufrió una abolladura tremenda, que impedía afinar el instrumento y ponía en jaque una serie de presentaciones, así que debieron buscar de emergencia a un luthier capaz de repararlo. No es nada fácil encontrar especialistas en el área.
La “solución” llegó de parte de Marcelo Fernández, un miembro del equipo de Amaury Pérez, quien dijo (léase con acento cubano): “oe chico, yo resuebbo eso (Marcelo era un chapista – latonero), yo soy especialista en eso…”
Por supuesto que a nadie le agradaba la idea de confiarle un instrumento tan delicado a un latonero común, habituado a reparar vehículos, pero la verdad es que no tenían otra alternativa y terminaron confiándole el encargo a Marcelo.
Pocos días después, cuando fueron a recoger el trombón, la abolladura había desaparecido y todo estaba en perfecto estado, pulido, brillante; todo perfecto hasta que el trombonista búlgaro quiso probar y no pudo desplazar la vara del trombón. Y ahí mismo, orgulloso de su trabajo, Marcelo le suelta:
“¡Ah no, ahí le puse un punto de soldadura a esa vara que estaba floja, esa no se va a salir más nunca!”