Lil Rodríguez
Los 16 de julio siempre fueron maravillosos al lado de Ana María Reyes Lovera. En realidad cada día, cada hora a su lado era una oportunidad maravillosa para aprender, para compartir, para disfrutar de su alegría de vida, de su empeñoso afán por hacer lo mejor para su tierra y para el país.
Somos muchos los que de su mano fuimos a Tara Tara y aprendimos con ella el valor del Barro, la magia ancestral del Bahareque y su inmenso significado como referente cultural y social.
Con Ana María conocimos los mágicos secretos de la Sierra de San Luis. Para ella esas cuevas verticales tenían un significado tan profundo como las cuevas mismas y sus duendes, que cuidan del agua maravillosa que atesora Falcón.
Con ella recorrimos Curimagua, y cada palabra de Ana María en torno a cada pueblo, a cada curva, a cada bondad de su tierra era como escuchar a Dios mostrando maravillas.
Con Ana María conocimos a Pecaya y probamos su extraordinario cocuy.
Con ella llegamos hasta El Paramito a saborear la comida de la zona.
Con Ana María Reyes Lovera siempre sentí que mi madre había resucitado y cada 16 de julio Ana María hacía bendecir y me guardaba un escapulario de la Virgen del Carmen.
La vimos batallar con firmeza por lo patrimonial falconiano y cada vez que requirió de una palabra o de unas letras estuvimos indeclinables, con ella, como muchos amigos que seguramente siguen lamentando su partida, porque lo que ha perdido Venezuela con su cambio de paisaje, no es poco.
Y tocará hacer visibles sus dolores, su obra, su casa quemada, el patrimonio de La Vela humillado.
Hoy sus escapularios me la acercan para abrazarla.
Acá están con carga de amor, solidaridad y Falconía, la de Alí, Guillermo de León, La Chiche, Simón Petit, Luís Suárez, Andrés Castillo, Ramiro Ruíz y Ana María Reyes Lovera.
Nunca me había costado tanto escribir una Cota.
No es fácil escribir con lágrimas…
Gracias, Eduardo por el afecto y la solidaridad