
Nos vemos en ellas, que bailan, que batallan, que hacen las arepas al amanecer, y como si fuera poco al rato salen hasta con el café en la mano rumbo a la camioneta que las puede llevar a su trabajo, y aún así van hermosas, limpias, alegres y bien dispuestas a tomar el fusil para defender su territorio, y ese territorio no es su casa, ese territorio es su patria.
Cuando Chávez declaró feminista a la Revolución Bolivariana sabía por qué lo hacía. Lo había vivido y hasta degustado en las sopas, empanadas, hallacas y pabellones que miles de mujeres llevaban al cuartel San Carlos o a San Francisco de Yare. Y más allá de las manos gastronómicas estaban las manos determinadas a defenderlo, a él y a sus compañeros.
«Me estremeció la mujer
que parió once hijos
en el tiempo de la harina
y un kilo de pan
y los miró endurecerse
mascando carijos
me estremeció porque era
mi abuela además.
Me han estremecido un montón de mujeres
mujeres de fuego, mujeres de nieve…»
Las lecciones que brindan las mujeres de Venezuela van más allá de Hipólita y Matea, de Luisa Cáceres o de las grandes pioneras científicas, educadoras e inclusive periodistas. Porque nuestras mujeres (me incluyo) sabemos interpretar el inmenso tema del margariteño Perucho Aguirre:
«mi abuela nunca aprendió
lo que es la geometría
pero…”
En estas horas de la nación los ovarios son más multiplicadores que nunca. Muchas a lo mejor no podremos estar en la línea primera del combate físico, pero que no se equivoquen como se equivocaron con las heroicas vietnamitas, las diminutas que fueron capaces de arrastrar derrotado al Goliat norteño.
Vamos gente de mi tierra que bastante pueblo hay aquí.
Como canta Gloria Martín:
“Ovario fuerte di lo que vales
la vida empieza donde todos somos iguales.
Ángela, Jane o antes Manuela
Mañana es tarde, el tiempo apremia”.