
Venezuela y el mundo siguen perdiéndose la originalidad musical de un un ser especial, auténtico por encima de todo, psicólogo, músico, triatleta, bailarín de danzas tradicionales, poeta y por encima de todo eso un ser humano profundamente venezolano, solidario y comprometido con su tiempo. Este personaje, Raúl Abzueta partió cuando apenas tenía 49 años de edad.
Hemos recogido cinco visiones acerca de él y su impronta no tanto por un afán reivindicativo como urgentemente divulgativo, porque como él muchos brillantes anónimos permanecen esperando su tiempo.
Eduardo Parra (Periodista y músico)
En el encabezado del twitter (ahora X) de Raúl Abzueta dice: “Músico, productor, triatleta, psicólogo UCV”. Efectivamente, su perfil en esa red sigue ahí, mostrando su última publicación, del 19 de febrero de 2012. Si retrocedemos entrada tras entrada, vemos que difundía asuntos musicales, tanto referidas a la agenda de Caracas Sincrónica como enlaces a textos de interés.

No dice que había nacido en Barcelona, al oriente de Venezuela, el 30 de septiembre de 1962. Había estudiado música, y particularmente guitarra, con maestros de la talla de Roberto Jirón o Rubén Riera.
En el año 1996 comienzan sus proyectos más importantes en materia musical: graba el álbum Arisca junto a Cristóbal Soto.
También en 1996 funda, junto a Alessandro García y Pedro Marín la agrupación Caracas Sincrónica, una estupenda propuesta de música tradicional venezolana.
En esa fase, produce dos discos: “El Agridulce” (1998) y “Zafarafa” (2002); pero luego, Caracas Sincrónica se reorganiza, incorporando a tres músicos más, entre ellos Javier Marín y Rolando Canónico, y sale en 2011 el disco “Tábara”.
Por otra parte, junto a Víctor Morles plantea Mixtura, una dupla dedicada a explorar el jazz con la que graba dos discos: Naniobo y Animal de Viento. Luego, también con los hermanos Marín, funda el proyecto Pomarrosa, que se centra en las voces de Zeneida Rodríguez y Marina Bravo.
Pero la cosa no terminaba ahí: aparte de hacer y difundir su música, la estudiaba y defendía en medios de comunicación; por eso escribía en el vespertino El Mundo y hacía, también junto a Pedro Marín, un programa llamado “Caracas Sincrónica en la radio”.
Abzueta también era un impresionante deportista: hay que pensar en lo que significa un triatlón, cuánto entrenamiento y disciplina se requiere para enfrentar semejante prueba. Así que el músico, el investigador y psicólogo se divertía los fines de semana juntándose con un grupo de atletas similares a él mismo.
El 25 de febrero de 2012 fue sábado. Habíamos comenzado la emisión de Café Atlántico (entonces sólo un programa radial) solicitándole a los radioescuchas que enviasen energías en favor de la recuperación del músico Raúl Abzueta, quien había sufrido un ACV una semana antes.
Yo sabía, sin embargo, que sólo un milagro podía salvarlo; había conversado con su esposa Nayví acerca de su condición y sabía que el daño había sido enorme. También me decía que a pesar de no entrenar, su musculatura seguía firme.
Poco después de enviar mi mensaje de esperanza en las ondas radiofónicas, llegó el aviso de que Raúl había dejado de respirar. Pero aquí sigue, gracias a su hija María Fernanda, gracias a Pedro y Javier Marín; gracias a Víctor y Nayví, a su ejemplo y a la música.
Lil Rodríguez (Periodista)
La primera vez que vi a Raúl Abzueta fue en los pasillos de Radio Capital, Caracas. Año 1997. Llegó acompañando a Cristóbal Soto, músico, guitarrista, cuatrista, mandolinista, quien fuera integrante de diversas agrupaciones, entre ellas Gurrufío siendo uno de los miembros fundadores de este grupo.
Cristóbal me llevaba el CD de Arisca, que había grabado junto al joven que lo acompañaba. Me llamó la atención que Abzueta se quedó en el pasillo de la radio mientras Soto entraba a la cabina de transmisión. “El invitado es Cristóbal” me dijo cuando salí a invitarlo a cabina. “Pero eres parte importante de esta producción” repliqué. Reiteró: “Solo lo estoy acompañando”. En cabina Cristóbal me dijo: “es reservado y excelente como persona y guitarrista”.
Cristóbal Soto marchó a París a hacer vida familiar y profesional y con Raúl quedó la promesa de un próximo encuentro. Así nació una amistad indestructible. Con los años, y con la puerta abierta que significó TeleSUR pudimos entrevistar para la serie Sones y Pasiones a la magnífica agrupación Caracas Sincrónica y a su director, Raúl Abzueta.

Cuando fui designada presidenta de Tves, ni máster de transmisión tenía. El canal estaba ubicado en el último piso del edificio Parque Carabobo en un apartamento de la familia de una afamada abogada ahora asilada. El presidente Chávez había sido muy preciso y claro: “Vaya usted con la Diversidad Cultural por delante”. La primera cámara que tuvo Tves la prestó el Centro de la Diversidad Cultural de Venezuela, y para hacer la música de presentación del canal llamé a Raúl Abzueta.
Tenía una capacidad perceptiva asombrosa. Sólo me preguntó:
-¿Cómo imaginas la música que quieres?
– Yo imagino el Túnel Vegetal de la zona de Barlovento, por su frescura y su identidad.
La maravilla que hicieron Raúl Abzueta y Pedro Marín reflejaba exactamente eso: frescura e identidad además de ser un tema extraordinario en su conjunto que merece ser rescatado y preservado.
Raúl no está ya físicamente, pero Pedro Marín sí y es testigo vivo de lo que significó sacar al aire una televisora de Diversidad Cultural. Y cuando Alberto Federico Ravell declaró que la Televisora Venezolana Social se parecía a una fiesta patronal (de pueblo, dicho despectivamente), Raúl Abzueta le salió al paso escribiendo: “Es impresionante el rechazo que produce en muchos sectores el tema de la cultura popular y los calificativos negativos asociados a ella. Mientras no seamos capaces de vernos tal y como somos, mientras el referente simbólico no nos refleje realmente, o al menos lo intente, seguiremos padeciendo lo que hemos vivido hasta ahora: un espejo en donde siempre salimos deformes, en donde nuestras identidades culturales son medidas con la vara del modelaje estadounidense. La generación de espacios para la expresión del país diverso que somos, la valoración paritaria de nuestros acervos culturales, la producción de contenidos cuyo interés fundamental sea la creación y no el consumo supone una ruptura importante con los medios que hemos padecido hasta ahora”.
Seguimos comunicándonos Raúl y yo intercambiando opiniones y proyectos. Trabajó mucho en el proyecto Venezuela Demo porque lo que él sentía (esta periodista también) era la urgencia de dar a conocer todo lo que se estaba haciendo en Venezuela en materia de música popular en todos los géneros. Su amplitud de miras siempre fue tan excepcional como él, y el proyecto “El nuevo sonido de Venezuela” lo confirmó.
Cuando avisaron de su accidente cerebro vascular muchos lloramos mucho. Se marchó con apenas 49 años dejándonos la intensidad venezolana con la que siempre vivió. El estudio de su legado es impostergable.
Alejandro Calzadilla (Antropólogo, investigador, músico)
Raúl fue un hermano de vida para mí. Nos conocimos en el año 1987 justo cuando estaban naciendo los hijos de nosotros. Su hija, María Fernanda, y mi hijo Iván, que tienen exactamente la misma edad. Y eso estableció una relación ya de inmediato porque andábamos en la misma circunstancia. Los dos, unos chamos, sin plata, recién paridos, con los mismos sueños y los mismos ideales.
Tenía muchas cualidades, muchas condiciones, era poeta y todas sus sensibilidades, era un atleta de alto rendimiento que practicaba triatlón. Era un deportista, era poeta, era músico que tocaba guitarra, pero también tocaba cuatro, y también psicólogo, profundamente amante de la música tradicional, de la música venezolana y del jazz. Todas esas cosas se mezclaron y conformaron su forma de ser y su manera.

Raúl tenía sensibilidades que se conectaban todas. La música, la primera. Después, por supuesto, su carrera, la psicología. Luego, la poesía. Yo creo que él era buen poeta. Creo que es mejor que más de uno por ahí que se dice poeta. Raúl era un buen músico. Sí lo era. Era un virtuoso. Y eso quizás fue algo que lo atormentó toda la vida, porque en el tiempo que le tocó desarrollarse y crear y todo lo demás, en paralelo aquí se desataron los «Arturo Sandovales» del cuatro, de la guitarra, de todos los instrumentos. Y bueno, empezó a predominar el hecho de las acrobacias sobre los instrumentos, la rapidez, las muchas notas en un compás. Y ese no era Raúl. A lo mejor él hubiera querido serlo, pero no lo fue. Sus habilidades y sus bondades fueron otras.
Yo pienso que Raúl era un intelectual, ¿sabes? En el sentido más bonito de la palabra, no el sentido más arrogante. Y eso que pareciera que es una condición que viene asociada por naturaleza a todos los músicos para nada es así. Yo creo que conozco muchos músicos. Sabrás que los hay de todo tipo, buena gente, bonitos, creativos. Pero no todos son intelectuales. Siempre recuerdo a algunos especialmente como Alberto Naranjo o Víctor Mestas. Raúl era para mí un intelectual porque era un tipo integral en todo lo que hacía y lo que pensaba.
Una de las facetas más interesantes de Raúl como músico es que era bailarín o bailador, dependiendo de cómo él se sintiera. Y era mejor bailador de música tradicional venezolana, aunque también él entraba a la salsa y todo eso, pues también era buen bailador, pero sobre todo de música venezolana y era mejor bailador que mucha gente por ahí que se dedica a la danza. Además, como era atleta pues tenía buenas condiciones para el tema del baile, pero además eso le permitió una valoración de esa circunstancia a la hora de hacer música, aún cuando él no hacía necesariamente toda su música bailable, pero sí creo que le permitía entender la música como lo llamo yo, pues como un complejo que está amarrado con el tema del baile.
Oscar Lista (Músico)
Yo conocí a Raúl Abzueta antes de ingresar con él en Caracas Sincrónica, en los talleres de la Bigott cuando estaba todavía en ProVenezuela. Allí conocí yo a Raúl Abzueta y también a Mariana Gómez, que ambos estaban, Mariana en el grupo Tempo Venezolano y Raúl estaba en el Grupo de Danzas de Vivencia. Después nos encontramos con lo que se hacía de la encuesta cultural, la de El Valle (parroquia de Caracas). Posteriormente, con la gente de la UCV (Universidad Central de Venezuela) en lo que era el grupo cultural La TrapaTiesta. Después de un tiempo, estuvimos ya con Pedro Marín en Caracas Sincrónica, que era su proyecto.
De ahí una amistad y su calidad humana. Siempre estaba pendiente de querer apoyar y ayudar, tanto que como sabes, después de su muerte, siguió ayudando porque donó sus órganos.
Crecimos, viajamos a Brasil, estuvimos fuera de Venezuela juntos, compartimos muy bien, hasta que lamentablemente cayó y estuvimos esperanzados.
Compartíamos muy preocupados también por el movimiento cultural, sobre todo en las nuevas tendencias del quehacer de la música. Compartí mucho, aprendí mucho con Raúl, que era un amigo, le hice sus versos y siempre lo tengo presente. Me acuerdo de él y hace poco compartí una foto de él, después que llegamos de Japón, que también disfrutamos un puyero por allá.
Pedro Marín
Como en el año 94 coincidimos en una fiesta en la escuela de música donde yo estudiaba que se llama Ars Nova. Todavía la escuela existe y pues Raúl llegó ahí, él era alumno de Mario Jenny; yo no lo sabía y, en esa fiesta pues, nos pusimos a tocar nosotros juntos porque esa era una escuela que estaba toda basada en el jazz y todo el mundo lo que tocaba era música de otros lugares, y cuando él llegó, pues me puse a tocar con él música venezolana y ese día quedamos como de acuerdo en vernos otra vez a ver si inventábamos otra cosa.
En principio Caracas Sincrónica éramos Raúl y yo. De hecho, yo me iba, después de ese encuentro que te dije de la fiesta esa de la escuela de música, Raúl estaba viviendo todavía allá en Pan de Azúcar (Colinas de Carrizal, estado Miranda). Entonces, yo me iba, qué sé yo, un sábado o el domingo para su casa y pasaba todo el día allá. Entonces, pasábamos que sí leyendo música, tocando cosas que uno había compuesto. En fin, así como armándonos una idea de cómo podríamos inventarnos algo que sobre todo fuese original, dentro de lo que cabe ser original en un mundo en que todo ya esté inventado. Pero bueno, agarrar esos elementos que estaban por ahí y usarlos con nuestra propia voz.

Entonces, empezamos nosotros dos y Raúl tenía un disco de un grupo que se llamaba O trio, no sé si existe todavía, brasileño, que exactamente era así, guitarra, clarinete y mandolina. Entonces empezamos a buscar un clarinetista, pero habíamos citado en principio a Orlando Cardozo, pero él nunca se apareció en ningún sábado y ningún domingo de esos. Lo esperamos varias veces y nunca apareció. Entonces, Raúl fue para varias fiestas de música por ahí y se consiguió a un clarinetista que venía del mundo sinfónico, Alessandro García, que fue el primer clarinetista de Caracas Sincrónica.
Se lo consiguió en una fiesta, después en otra fiesta, después en el Metro, después en el cine. Ahí Raúl le dijo mira, además, él estaba pendiente de tocar música venezolana. Raúl le dijo: «Mira, aparécete este día por aquí a ver qué inventamos». Y bueno, ese día comenzamos a trabajar. Ya desde el primer día, la siguiente vez que nos vimos, ya habíamos hecho algún boceto de arreglo de alguna pieza de Raúl. Bueno, creo que la primera pieza que tocamos fue Sabe a guayaba.
Estábamos haciendo el arreglo en conjunto Raúl y yo. Y después, yo me fui ese día y cuando llegamos al otro ensayo, ya Raúl tenía toda la parte escrita. Entonces, sí, así fue más o menos que pasó eso. Eso fue en el año 96, más o menos. Entonces, el año que viene cumplimos 30 años.
Si hay algo de la cosa de Raúl, de su música, es que él no tenía miedo a experimentar y a recorrer algunos caminos que otra gente no estaba dispuesta a recorrer. Entonces, siempre había, por lo menos, un ideal de originalidad. Siempre había un compromiso en la música que él hacía. Y además de eso, siempre buscaba la autenticidad, que creo que es lo más importante de las cosas de Raúl, que eran auténticas. De algún modo, terminaban siendo convincentes o lograban conectar con la gente, porque estaban muy cercanos a ese sentimiento de ser íntegro, de ser auténtico. Eso es lo que más rescato de la obra de Raúl.
Raúl partió demasiado temprano y no solo eso, sino lo inesperado que la muerte siempre es, lo inesperada que siempre es. Nosotros teníamos un montón de proyectos en el tintero que se quedaron ahí en stand-by. De hecho, he tratado de resucitar varias veces, que era casi en crónica, y ha sido muy complicado, porque lograr eso que yo tenía con Raúl no ha sido posible con más nadie. Es decir, gente que se comprometa con un proyecto y que esté dispuesta a jalar el carro contigo, independientemente de las cosas que sucedan.

Yo creo que la obra de Raúl está por descubrir todavía, por ser descubierta. Nosotros hicimos algunos discos donde estaban algunas piezas de él, las piezas que él grabó con mixtura, pero luego que él murió, eso quedó como flotando por ahí. Y además, tú sabes que hay una cosa en que los venezolanos somos profesionales, es olvidando el que vino atrás de nosotros. O sea, pareciera que todo ese movimiento de música que hay ahorita es generación espontánea. Y resulta que, bueno, ese es el producto de una de una cadena que viene, qué sé yo, de los criollos para acá o incluso antes del Cuarteto Caraquita, de la Orquesta de Larrain, de la Pequeña Mavare. O sea, todo ese desarrollo de música instrumental, el Quinteto Contrapunto, todas esas cosas.
Pareciera que viene de la nada Pero no es así, tiene su antecedente. Y un poco la música que nosotros grabamos o que ha grabado Raúl o que compuso Raúl, ha quedado un poco en ese olvido. También creo que su familia tampoco ha mantenido vivo ese legado. De algún modo, ellos también dejaron que eso quedara en ese limbo. Me imagino que tampoco tuvo ningún hijo que fuera músico o una persona cercana a su familia que quisiera seguir reproduciendo esa música, o por lo menos mantener vivo ese legado, de algún modo recopilar las partituras, editarlas, qué sé yo, que se pueda hacer como para seguir manteniendo eso vivo, pero pienso que su obra todavía está por descubrirse y además, que merece una gente que le preste muchísima atención, porque yo siempre hablo de este ejemplo del Dulce Agudo, que es una canción que él compuso… Bueno, yo lo conocí, cuando yo lo conocí o lo «re conocí» la segunda vez que nos encontramos, ya él había compuesto y nunca habíamos encontrado a nadie que pudiera hacerle honor a la esencia de la pieza, hasta que la grabó Luisana Pérez.
Entonces, ahí como que eso lo puso en un nivel en el que cualquiera podía entenderlo, pero había que sacar el discurso de una partitura que tenía. Entonces, creo que esa música todavía puede estar vigente y falta muchísima gente que la haga revivir, o sea, que la haga vibrar.
Hagamos, pues vibrar la obra de Raúl Abzueta, necesaria y merecidamente.